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Cartas al director

Rafa

Hay que reivindicar a Nadal, más que por sus éxitos en la arena, por lo que hacía fuera de ella. Más que por sus tropecientos títulos y trofeos mordidos con esa dentadura tan perfecta, por la insultante humildad que nos cegaba cada vez que daba una rueda de prensa. Más que por la fortuna generada con su trabajo y talento, por gestos como verlo, de forma anónima y sin el postureo en redes de muchos, sacando barro en unas inundaciones en su pueblo hace unos años. Más que por sus bíceps y esos zurdazos, por su generosa disposición para con sus seguidores cada vez que lo asaltaban en un aeropuerto o en un restaurante.

En una época en la que andamos escasos de líderes y héroes de la grandeza de Rafa, en la que lo que impera es el aprobado general, el pasar de curso de los alumnos por decreto y el sentimentalismo como epicentro en su formación, en un momento, el actual, en el que están tan denostadas la disciplina, el esfuerzo y el anhelo por sacar la mejor versión de ti a base de pico y pala; hoy, que ningún político es capaz de mostrar ni un mísero gesto de humildad cuando la pifia, porque dimitir sólo dimiten los grandes… En días como hoy, uno quisiera una legión de Rafas al cargo de lo nuestro, dando raquetazos a los problemas del personal, bajando y subiendo a la red del sentido común como un león o metiendo saques directos a los sinvergüenzas de turno.

Y saben qué les digo. Creo que estamos rodeados de miles de Rafas, que la peña en general es humilde, trabajadora y bien dispuesta con sus vecinos. Que nos gusta seleccionar entre nuestras amistades y familiares a los discretos, a los humildes de corazón y a los que compartimos un proyecto de vida sencillo. Y Rafa nos ha venido recordando un poco ese modelo de sociedad, por eso lo admiramos y queremos tanto.

Bola, set y partido. Gracias, Rafa.