Sentido de Estado

En la historia contemporánea de la política española han sido muy escasos los políticos dotados de sentido de Estado, moderación y equilibrio. Así vemos como en el PSOE la figura de Besteiro, un moderado, fue arrinconada ante la infausta figura de Largo Caballero, conocido por su extremismo. Un rayo de esperanza apuntó cuando en Suresnes el viejo Llopis fue derrotado por la nueva savia que un joven Felipe González insufló y supo depurar al partido de su legado marxista. Aquello fue un espejismo pues al poco tiempo llegó la corrupción. No tardaron, pocos años después, en adueñarse del partido Rodríguez Zapatero y su epígono Pedro Sánchez que han vuelto a destrozar la convivencia, después del avance conseguido por la Transición.

Por su parte, el centro-derecha ha dado muestra de una inestabilidad manifiesta, no exenta de casos de corrupción, con un persistente cambio de líderes y siglas, los unos contra los otros. Baste recordar como acabó Adolfo Suárez. A partir de ahí un continuo cambio de líderes empezando por Hernández Mancha, hasta llegar a Núñez Feijóo sin encontrar la consolidación de una clara línea política que lo definiera. Esto dio lugar al nacimiento de Vox cuyas andanzas han sido erráticas al deshacerse de personas como Espinosa de los Monteros que representaba los valores más moderados de la formación derechista. Por otro lado, los derroteros de la izquierda radical han supuesto un inestable chalaneo con la inane izquierda desunida y los fracasados intentos de formaciones como Podemos y Sumar. Por no hablar de los irredentos nacionalismos siempre insatisfechos. Los partidos políticos españoles no han sabido buscar líderes carismáticos, con sentido de Estado, moderados y sin tacha. ¿Hasta cuándo?