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Cartas al director

Ciencia y alegría

Si ha tenido la fortuna de recibir el último número de la revista La Antorcha (y si no, subscríbase. ¡Merece la pena!), al terminar habrá disfrutado de los interesantes artículos que vienen a demostrar que la Ciencia y la Fe van de la mano, y que una y otra se complementan, pues tienen algo en común, el Creador.

Ya se habrá sorprendido el lector al comprobar que el universo se expande y no es infinito, que tiene un final (termodinámico: las estrellas se apagan), por lo que tuvo un principio, cuando espacio y tiempo empezaron de cero. Que en ese principio se ve diáfana la mano del Creador, con un preciso equilibrio de fuerzas ajustado a la creación de la materia.

A buen seguro estará sonriendo el alma del lector al palpar esa clara tendencia antrópica de la Creación que nos muestra una intencionalidad que sólo se entiende con la grandeza de un Hacedor que nos hizo a su imagen y semejanza, dándonos tanto la inteligencia para entender como la libertad para creer.

La pregunta entonces será: ¿para qué? ¿Qué necesidad tiene Dios de crearnos? Y ahí, sólo ahí, la Ciencia tiene poco que decir. Quizás la filosofía pueda hacer cábalas. Pero es la Palabra, la Revelación, el testimonio del Hijo único el que nos explicó el porqué de todo, empezando con su Madre, quien guardaba esas cosas en su corazón.

Y es que la Creación, ciencia incluida, sólo se explica con el Amor de Dios Padre al crearnos, redimirnos y hacernos cristianos. Cada vez que volvemos a entender esto, cada vez que nos convertimos de nuevo, acercándonos al Señor, nuestro corazón da un respingo de alegría mayor que cuando Pitágoras formuló su teorema. Mayor incluso que cuando Einsten formuló la relatividad, sabiendo, sin llegar a entenderlo del todo, que aquello por lo que su corazón latía no era sino su necesidad de acercarse a Dios mediante la Ciencia.

Esa búsqueda de Dios con los medios que no pone la ciencia; ese descubrir al Señor en detalles simples de la Física o la Biología, dan sentido a nuestra Fe y alegría a nuestro corazón