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Cartas al director

Enfermos del pecho

Besteiro y Miguel Hernández murieron en la cárcel. Don Julián en Carmona en 1940 y Hernández en Alicante en 1942. Ambos, enfermos de pena y «del pecho».

Padecían tuberculosis, palabra que, en la posguerra, era tabú.

«Padece del pecho», llegué a oír en casa y soy nacido en 1954. Venía ser como «tiene una cosa mala» para referirnos al cáncer.

De Besteiro, del que ni quiero, ni puedo, ni sabría, hacer un análisis exhaustivo de cómo pensaba, me basta —por sus obras los conoceréis—saber que, siendo consciente desde el principio de que tenían las de perder, rehusó en 1937 ser embajador en la Argentina y permaneció en Madrid. Iluso, honesto o ambas cosas a la vez, pero coherente.

Los valientes no dudaron en poner más pronto que tarde tierra de por medio. Y con los bolsillos llenos.

Andrés Trapiello en el prólogo de España sufre, de Carlos Morla recuerda cómo vivían dos conocidos comunistas, el cónsul Neruda, ya en liaison con la aristócrata Delia del Carril, y Alberti, uno en el consulado, el otro en la dacha del palacio de los Heredia-Spínola. Cosas de la nomenklatura.

Neruda se había quitado de encima y mandado para Montecarlo, después recalarán en Gouda, Holanda, a su mujer, Maruca, y a su hija Malva. Malva, repudiada por su propio padre por su hidrocefalia.

En Holanda, Maruca se busca la vida como puede y cuando Malva muere con solo ocho años intenta comunicarse con Neruda para obtener solo el silencio por respuesta.

Miguel Hernández, el poeta pastor de ojos verdes, rehusó la ayuda de Morla.

Neruda después acusará a Morla poco menos que de su muerte.