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Cartas al director

Una estatua

Hace poco soñé que Sánchez era una estatua majestuosa y brillante de metal. La cabeza era de oro fino. El pecho y los brazos (ministros y asesores) eran de plata, el vientre y los muslos de bronce (el equipo de opinión sincronizada), sus piernas eran de hierro (los recaderos) y los pies eran una mezcla de hierro y barro cocido (sus mentiras). Una roca de conglomerado se formó de noticias verdaderas (de los «pseudo medios»), de ciudadanos cansados de los engaños y declaraciones de testigos e imputados (Aldama, Pano, Lobato...); golpeó los pies de hierro y barro, y los hizo pedazos.

La estatua tardó mucho en caer, porque era también sostenida por refuerzos metálicos (partidos independentistas, sindicatos, empresarios...), pero finalmente cayó. Todo quedó pulverizado, achatarrado y destrozado, el hierro, la arcilla, el bronce, la plata y el oro. El viento se los llevó y no quedó ningún rastro. La piedra que había golpeado la estatua, se convirtió en una gran montaña (muchos pocos hacen un mucho), «y llenó toda la tierra».