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Unos presupuestos ruinosos de un presidente irresponsable

España sufre a un Gobierno cuyas cuentas se limitan a disimular la catástrofe para llegar, con la respiración asistida, a la próxima cita electoral. Todo lo que Sánchez se niega a asumir ahora multiplica los estragos a medio plazo

El Gobierno ya tiene aprobados los presupuestos generales del Estado para 2022, con el respaldo de 188 votos pertenecientes a nueve partidos distintos que le permiten a Sánchez vanagloriarse, sin recato alguno, de una supuesta mayoría plural frente a una derecha encerrada en sí misma.

La realidad es que todo ese respaldo aritmético está muy alejado de conformar un pacto sano, desde el compromiso y la visión compartidas por distintas fuerzas en pos de un objetivo común. Y responde más, sin duda, a los cambalaches impúdicos que Sánchez asume para sobrevivir.

Que las cuentas de España tengan el impulso de Bildu y de ERC ya lo dice todo: nada bueno puede salir de la firma de Junqueras y Otegi, especialmente consagrados a deteriorar el país del que quieren marcharse, a ser posible rápido y sin condiciones.

Y que además respondan a la influencia de Podemos, un partido antisistema cuyas recetas económicas han hundido países allá donde se han aplicado, remata un paisaje desolador: cuando más falta hacía el realismo; más se prolonga la fantasía del Gobierno, sustentado en un dinero ajeno, unas previsiones falsas y el perverso binomio de subsidios para unos y más impuestos para otros.

La temeridad económica del Gobierno, advertida por todos los organismos nacionales e internacionales sin excepción, se resume en un cuadro cercano al siniestro total, en el que la mayor destrucción de PIB, empleo y renta de la pandemia se completa con la peor recuperación de los países avanzados.

No es un mero pronóstico inquietante, sino la traducción inapelable del estado de la contabilidad nacional, resumida en una deuda desbocada y un déficit imparable que, sin embargo, no frena un gasto público sin precedentes.

Que la recaudación fiscal haya crecido no solo es un espejismo, sino la prueba fehaciente de que, en tiempos de penurias para casi todo el mundo, el Estado se está beneficiando de la inflación y de una voracidad recaudatoria incompatible con la salud de la economía productiva.

Cuando los ingresos mejoran pese al hundimiento de todas las variables, como es el caso, solo puede ser por el abusivo esfuerzo fiscal –que aumentará con la reforma impositiva prevista para 2022– y la rentabilidad para el Estado que tiene una inflación dañina para el resto.

Todo ello empeorará cuando, antes o después, Europa reduzca los estímulos fiscales; recupere la disciplina presupuestaria y repunten los tipos de interés; tres previsiones ya sobre la mesa con efectos dramáticos para países que, como España, sufren una gran deuda y mantienen el gasto a duras penas con la ayuda externa.

España necesitaba de un gran pacto de Estado que, a partir de un diagnóstico sincero de la situación, buscara grandes acuerdos y se atreviera a aplicar reformas estructurales de fondo, entre las cuales debería ser perentoria la de la propia Administración, un oasis de gasto en sí misma que nunca padece los rigores que aplica al resto y justifica todos sus excesos en nombre de «lo público».

En lugar de eso, España sufre a un Gobierno cuyas cuentas se limitan a disimular la catástrofe para llegar, con la respiración asistida, a la próxima cita electoral. Todo lo que Sánchez se niega a asumir ahora multiplica los estragos a medio plazo. Y reduce la capacidad de reacción de un país exhausto por la pandemia, la crisis económica y unos dirigentes irresponsables.