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Gana la derecha; pierde Sánchez

La mayoría absoluta de Castilla y León es un mandato para el acuerdo de PP y Vox extensible al conjunto de España. Y tal vez la primera letra del epitafio político del actual líder del PSOE

Cuando el PP decidió adelantar las elecciones en Castilla y León, lo hizo desde el Gobierno, pero tras quedar por detrás del PSOE tres años antes y entre acusaciones de su socio, Ciudadanos.

Tras el paso por las urnas, los populares han ganado, han hecho retroceder a los socialistas y han legitimado su ruptura con el partido de Inés Arrimadas, un socio inestable en Castilla y León, Murcia o Madrid que ahora parece haber escrito su epílogo.

Con ese balance, de largas consecuencias nacionales, puede sin duda considerarse un éxito la jornada electoral, tanto para Mañueco como para Casado: si se compara el resultado con las encuestas de comienzos de la campaña puede parecer insuficiente.

Pero si se coteja con la realidad, que es el escrutinio de 2019, la lectura es francamente positiva para el PP y, por el contrario, muy negativa para el PSOE: se demuestra que la disgregación del voto en tres formaciones daña al centroderecha español y, a la vez, que el sanchismo no prospera allá donde no dispone de las indignas muletas de ERC o Bildu.

Pedro Sánchez, con todo el aparato de Moncloa a su favor, incluso de formas tan nefandas como las del CIS, ha perdido en primera persona en Castilla y León, lo que le hará aún más dependiente de sus aliados nacionalistas.

Y dejará más claro, si cabe, que carece de una propuesta para el conjunto de España: si allí donde no existen partidos separatistas pierde; su política estará cada vez más encaminada a satisfacer las exigencias de quienes le sostienen en el Gobierno.

Para los populares, el paisaje es bien distinto: es cierto que se había consolidado la idea de que estaban cerca de la mayoría absoluta, algo que ni la propia Ayuso ha conseguido en Madrid pese a su incuestionable liderazgo; pero no lo es menos que ha obtenido más escaños que la suma de PSOE y Podemos; ha eliminado de la partida a Cs y ha alcanzado la primera posición que no tenía.

El centroderecha, en fin, sale muy reforzado del 13 de febrero, al añadirse a la victoria del PP el gran resultado de Vox, cuyos diputados tienen un valor más allá de Castilla y León: el voto de ambos partidos supera con mucha holgura la mayoría absoluta, lo que lanza a ambos un mensaje de futuro. Cuando no se dividen, el socialismo, que se arrima a cualquiera, no tiene opciones.

El reto ahora es encontrar la fórmula de que PP y Vox, competidores por una parte de los votantes, pero aliados naturales más allá de las urnas, se entiendan y subordinen la pugna entre ellos a la articulación de una alternativa ganadora frente a Sánchez.

Una posibilidad que ya se intenta dinamitar desde la izquierda con un pobre argumentario que primero intenta degradar la magnitud de la victoria en Castilla y León; después aspira a enfrentar a Casado con Ayuso o a la inversa y, finalmente, aspira a criminalizar a Vox para hacer inviable toda opción de Gobierno alternativa a la del PSOE.

Que los deudores de Bildu o ERC se permitan denostar a Vox e imponer «cordones sanitarios» a nadie, es una indecencia. Y que las posibles cuitas internas del PP se destaquen por encima de su evidente avance, una trampa en la que nadie debe caer.

Porque más allá de cuánto saque cada formación de la derecha española, lo cierto es que juntas, sin Cs ya en la partida, tienen a mano derrotar a la infausta coalición que encabeza Sánchez: la mayoría absoluta de Castilla y León es un mandato para PP y Vox extensible al conjunto de España. Y tal vez la primera letra del epitafio político del actual líder del PSOE.