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PP y Vox deben pactar en Castilla y León y en toda España

Casado y Abascal; Abascal y Casado, han de tener la altura de miras que Sánchez y sus socios no tienen: reducir sus disputas, buscar puntos de encuentro y apostar decididamente por los acuerdos está al alcance de sus manos. Y nadie entendería que dejaran pasar la oportunidad

La confusa digestión de la pletórica victoria de la derecha en Castilla y León, resumida en un triunfo claro del PP y un avance espectacular de Vox, ha trasladado a la orilla ganadora un conflicto que, en pureza, debiera estar en el lado perdedor: el del PSOE, con su segundo peor resultado histórico en la región; y el de Podemos, al borde de ser extraparlamentario.

Esa contradicción, que empaña un indicio claro del hartazgo de España con un Gobierno superado por sus errores, lastrado por sus alianzas y caracterizado por sus excesos, nace de una paradoja que ni el PP y Vox han sabido aún resolver, para frustración de sus electores.

Y es que, a la vez que son complementarios, son también competidores. Los populares centran su estrategia en el desalojo de Pedro Sánchez, para lo cual es indispensable conquistar el centro, el espacio donde la ciencia electoral asegura que se deciden unos comicios: en ese sentido, la fagocitación de Ciudadanos parece dar la razón, en parte, a Pablo Casado.

Y Vox, en cambio, se mide ante todo con el PP para apropiarse legítimamente de su electorado más identificado con una derecha más rotunda y, a partir de ahí, ampliar sus bases a costa de explorar la moderación estratégica de los populares en asuntos muy epidérmicos.

Y es de esperar que, en tiempos de excesos gubernamentales y de un sectarismo sin precedentes desde 1978, esa base crezca por la indignación hacia Pedro Sánchez y la tibia respuesta que, a su juicio, encarna el PP frente a tanto abuso.

Las tácticas de ambos partidos son razonables, pero en ninguno de los casos pueden sepultar lo realmente sustantivo: juntos suman mayorías absolutas que sus votantes, sin la menor duda, respaldan de manera abrumadora.

Que eso pueda movilizar a la izquierda española, instalada en un frentepopulismo lamentable, es ciertamente un riesgo. Pero muy inferior al de dejar pasar oportunidades de conformar una alternativa regional a la espera de que llegue sola otra nacional cuando se celebren Elecciones Generales.

El cuidado de Casado y Abascal, y el del PP y de Vox, debe aplicarse a partir del pacto; y no antes de él como una especie de veto cruzado que al líder primero le llega por su supuesta tibieza y al segundo por su presunto radicalismo, con dos caricaturas que no hacen justicia a ninguno.

Ambos han de tener la madurez suficiente para entender que no son tiempos de maximalismos entre ambos, que las renuncias de los dos merecen la pena si con ello se refuerza una alternativa a Sánchez, Otegi y Junqueras y que, incluso, los éxitos particulares de sus partidos son menos importantes que el que puedan lograr en conjunto, con la proporción de cada uno que decidan los españoles.

Gobernar en coalición en Castilla y León, pues, no debe ser visto como un incentivo peligroso para movilizar de nuevo a una izquierda especialista en la algarada y el abuso, como demuestra la amenaza del Gobierno a Mañueco por no negarse al diálogo con Vox; sino como el primer paso de un cambio político que España necesita con urgencia.

Si los seguidores de PP y Vox no se sienten adversarios, ni mucho menos enemigos; sus partidos y los responsables de éstos no pueden comportarse como tales por un puñado de votos, de escaños o de consejerías. Ni deben imponerse unas condiciones que diluyan la posibilidad de un acuerdo razonable que siente las bases de un gran pacto nacional cuando llegue el momento definitivo.

Casado y Abascal; Abascal y Casado, han de tener la altura de miras que Sánchez y sus socios no tienen: reducir sus disputas, buscar puntos de encuentro y apostar decididamente por los acuerdos está al alcance de sus manos. Y nadie entendería que dejaran pasar la oportunidad.