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Otro espectáculo de división en el Gobierno

Un Gobierno serio no puede permitirse nunca, pero menos en unas circunstancias tan delicadas, mantener en su seno a unos ministros que desprecian al Ejército

El maltrecho acuerdo logrado por los dos socios de Gobierno a propósito del envío de armas desde España a Ucrania, sellado tras un aparatoso enfrentamiento público muy dañino para la credibilidad internacional de nuestra diplomacia, ha vuelto a saltar por los aires tras un anuncio de Pedro Sánchez improvisado durante una entrevista televisiva.

El presidente anunció una subida del 2 por ciento del gasto en Defensa, sin precisar cuándo ni cómo, dado que los Presupuestos Generales del Estado ya están aprobados, y ni siquiera si esa cantidad se refería a un incremento sobre las partidas actuales o, por ejemplo, a un porcentaje sobre el Producto Interior Bruto.

Que las formas utilizadas por Sánchez sean deplorables, al sustituir el necesario consenso parlamentario en una situación bélica por la enésima exaltación propia en un canal habituado a ayudarle en la tarea, es sin duda criticable: una vez más, este presidente convierte en una ceremonia de autobombo un asunto de Estado, sea su gasto militar, la recepción de vacunas o la gestión de los fondos europeos.

Pero a Podemos no le soliviantan las formas de su socio, sino la esencia misma de una decisión que es recomendable ya de entrada y exigible de salida: ya desde los tiempos de Donald Trump, si no antes con el propio Obama, Estados Unidos dejó clara su renuncia a hacer de gendarme internacional de los intereses defensivos de Europa e instó a los socios de la OTAN a incrementar su esfuerzo económica para autoprotegerse.

Esa necesidad ha quedado tristemente en evidencia con la invasión de Ucrania por parte de Rusia, y a esa evidencia responden las palabras de Sánchez, quien no hace tanto fue capaz de sostener públicamente que el Ministerio de Defensa no era necesario.

El dontancredismo del presidente no sorprende a nadie, ni en España, ni en Bruselas, ni en Washington, pero podría beneficiarse de una cierta indulgencia si, en casos como éste, la rectificación va en el camino correcto.

La respuesta de Podemos, en cambio, enlaza con el infantilismo de la formación, en lo relativo a su complaciente pacifismo de salón; y también con su inaceptable rechazo a la Alianza Atlántica, con la subsiguiente simpatía que eso supone hacia el universo soviético.

Un Gobierno serio no puede permitirse nunca, pero menos en unas circunstancias tan delicadas, mantener en su seno a unos ministros que desprecian al Ejército; denigran la seguridad nacional y auxilian, con todo ello, a los enemigos de Occidente, más dispuestos que nunca en décadas a minar el sistema de derechos y libertades que le caracteriza.

Mantener en el Gabinete a Podemos avergüenza a España y define el tipo de presidente que tenemos: vive con el enemigo en casa, suele aceptar sus imposiciones y luego va exigiendo consensos que no es capaz de tener ni de mantener ni entre los suyos.