Sánchez sobre arenas movedizas
A la falta de coherencia ideológica y de sobrado e insultante oscurantismo, ya suficientemente acreditados en la ejecutoria de Sánchez, hay que sumar en este caso la manifiesta incompetencia en que se ha sustanciado el procedimiento
Es sobradamente conocida la infinita capacidad de Pedro Sánchez para apuntarse a una causa y a la contraria sin que entre ellas transcurra tiempo perceptible o razonamiento de peso: su apuesta se resume en una sola y visible opción: el poder y su mantenimiento. El sorprendente e inexplicado cambio de actitud de la facción PSOE de este Gobierno español sobre el tema del Sahara así lo viene a demostrar, una vez más. Desde que el sultanato marroquí aprovechara en noviembre de 1975 la enfermedad terminal de Franco para apoderarse del territorio del Sahara mediante la invasión de la llamada Marcha Verde, los gobiernos españoles, aún con la parcial excepción del lamentable dúo Zapatero/ Moratinos, han venido manteniendo su apoyo a las fórmulas que desde Naciones Unidas, y dentro de la legalidad internacional, se pudieran arbitrar y consensuar para solucionar el conflicto argelino/ saharaui/ marroquí que desde entonces pesa sobre la antigua posesión española. La fórmula que, según el Rey marroquí, le ha hecho llegar Sánchez para solucionar el «conflicto» rompe drásticamente con esa norma de conducta para alinearse con la introducida por Trump poco antes de abandonar la Casa Blanca al reconocer la soberanía marroquí sobre el territorio del Sahara Occidental.
Bien es cierto que poco o nada de la gestación de ese radical cambio de postura ha trascendido al exterior: no ya la opinión pública, boquiabierta ante la ruptura de lo que en la práctica había cobrado la categoría de consenso multipartidista en la política exterior española. Los socios de extrema izquierda que forman parte de la coalición gubernamental han manifestado sonoramente estupor y rechazo, en ello acompañados por el resto de la variopinta compañía que componen el resto de la sustancia sanchista e incluso, por una vez y seguramente sin que sirva de precedente, por la oposición que integran las derechas. En su radical soledad, solo aliviada, a lo que parece, por la fiel compañía del pomposo Albares, Sánchez se ha puesto por montera el complicado sombrero del Sahara. Cabe incluso preguntarse si el jefe del Estado, Su Majestad el Rey Felipe VI, había sido informado de la aventura. Algo a lo que el presidente del Gobierno, cuando se digne comparecer ante las Cámaras legislativas, deberá también contestar.
Pero a esa falta de coherencia ideológica y de sobrado e insultante oscurantismo, ya suficientemente acreditados en la ejecutoria de Sánchez, hay que sumar en este caso la manifiesta incompetencia en que se ha sustanciado el procedimiento. Los observadores de la realidad internacional saben de sobra que los grandes acuerdos bilaterales o multilaterales entre enemigos o adversario son anunciados de manera conjunta por los que utilizaron el procedimiento de la negociación para sustanciar sus diferencias. En este caso ha sido una de las partes en el conflicto, la marroquí, la que ha dado a conocer una parte de la propuesta que la otra, la de Sánchez, le había dirigido. No se conoce la integridad de la propuesta española, más allá de la que, en su propio interés, ha querido hacer pública Marruecos. ¿Cuáles han sido los términos de la negociación, cuales las contrapartidas que otorga el Rey de Marruecos, sabían en Madrid que, desde su palacio en Gabón, donde parece que está gozando de unas merecidas vacaciones, se iban a hacer públicos unos párrafos de la carta que Sánchez le había dirigido? La balbuciente y claramente improvisada declaración que Albares ofreció al conocerse el mensaje marroquí hacen pensar justamente lo contrario. La torpe y apresurada explicación que el PSOE ha ofrecido a sus previsiblemente atónitos militantes revela también la confusión del momento: ¿se ha comprometido el sultán a respetar la soberanía española sobre Ceuta y Melilla, a borrar definitivamente sus ambigüedades sobre Canarias y sus aguas territoriales, a interrumpir definitivamente los habituales chantajes que organiza con las invasiones de marroquíes y subsaharianos hambrientos que buscan acomodo en las dos ciudades españolas en el Norte de África? Porque si toda la maniobra estaba dirigida a que volviera a Madrid la por demás impertinente embajadora del reino alauita los castizos tendrían razón: un pan con unas tortas.
Es harto posible, y también a ello deberá responder Sánchez ante los representantes de la soberanía nacional, que Washington no sea ajeno a todo el manejo. Al fin y al cabo, hasta los más obtusos de los observadores saben dos cosas: que la Administración Biden quiere evitar conflictos en el Sahel cuando tan graves son los que tiene el mundo gracias a la satrapía rusa y que Sánchez tiene una cita a la que quiere comparecer con sus mejores atavíos: la Cumbre de la OTAN que se celebrará en Madrid a finales de junio de este año de 2022. No es demasiado arriesgado deducir que sin Ucrania y Cumbre OTAN España seguiría en el 0.92 por ciento del PIB dedicado a defensa y Marruecos pendiente de que a Sánchez le diera por seguir los caminos de Trump. Son todas ellas cosas que ocurren y a las que ciertamente hay que prestar atención. Pero de otra manera. Justamente la que Sánchez no tiene y que se resume en conceptos básicos: dignidad, coherencia, competencia, conocimiento, capacidad. Sánchez sobra.