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Por la vida, siempre

Siempre hay razones para celebrar la vida, una causa innegociable que no debiera necesitar defensa. Que la necesite, como nunca en décadas, lo dice todo de los tiempos que vivimos

Que miles de personas hayan tenido que salir a la calle para gritar 'Sí a la vida' es, bien mirado, tan esperanzador como triste. Demuestra el coraje de muchos ciudadanos para defender lo evidente, pero también el relativismo de unos tiempos que aplauden, legislan y celebran la cultura de la muerte.

La plataforma convocante de la marcha no sería tan necesaria si algo tan evidente como el derecho a la vida no estuviera en entredicho y si no se promocionara justo lo contrario, como si fuera compatible defender causas humanitarias bien conocidas por todos y, a la vez, ningunear y pisotear la primera de todas ellas: la protección del no nacido y la ayuda para que se convierta en el niño que en realidad ya es desde la concepción.

La Marcha por la vida, que ha vuelto tras dos ediciones suspendida por la epidemia de coronavirus, coincide con una deriva del Gobierno hacia posiciones negacionistas de la esencia primordial del ser humano sustentada en un impulso legislativo indignante.

De un lado convierte el inexistente derecho a morir en norma, con la cruel ley de eutanasia, que se sirve del deseo universal de disponer de buenos cuidados paliativos cuando la vida va a terminar para imponer algo bien distinto que abre un camino inhumano: porque si la voluntad de morir es suficiente para que el Estado te ayude a hacerlo, llegará un momento en que no haga falta precisar las causas y cualquiera podrá acabar con su vida aun estando sano o siendo joven.

No digamos ya con los mayores y los enfermos, a quienes directamente se invita a acelerar su muerte en lugar de prestarles todo el afecto y la ayuda emocional, médica y espiritual que necesitan y merecen.

De otro, se promociona con descaro el aborto, intentando ponerlo de moda desde una Ley de Libertad Sexual nacida del delirio ideológico habitual del Ministerio de Igualdad que, básicamente, viene a sostener que una mujer nunca podrá realizarse del todo si apuesta por la maternidad: tratar lo más bello como un inconveniente o un estorbo, en lugar de protegerlo y promocionarlo, es inaceptable.

La «Marcha por la vida» coincide con una deriva del Gobierno hacia posiciones negacionistas de la esencia primordial del ser humano sustentada en un impulso legislativo indignante

Y finalmente, acosar a los colectivos Provida con reformas penales que convierten el rezo frente a las clínicas abortistas en un delito y criminalizan a quienes intentar ayudar a las mujeres a conocer otras alternativas; es impropio de un Estado de Derecho y definitorio de regímenes totalitarios.

Siempre hay razones para celebrar la vida, una causa innegociable que no debiera necesitar defensa. Que la necesite, como nunca en décadas, lo dice todo de los tiempos que vivimos. Pero también de la resistencia de tantas y tantas personas, entidades e instituciones que han entendido la magnitud del desafío y se posicionan con valor en el lugar correcto.