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Marruecos: a cambio de nada

El presidente se ha arrogado un poder absoluto para regalar el Sáhara a Marruecos a cambio de migajas que ya eran de España hasta que su Gobierno generó un conflicto absurdo por Brahim Ghali

Resulta prácticamente imposible encontrar un precedente diplomático tan negligente, incomprensible, inexplicado e inexplicable como el que acaba de perpetrar Pedro Sánchez en Marruecos, tanto por las indignas formas cuanto por el sonrojante fondo.

Sobre lo primero, solo cabe escandalizarse por la actitud cesarista del presidente, que viajó a Rabat como si fuera un jefe de Estado absolutista para, con el rechazo expreso del Congreso y marginando al Rey de España, adoptar medidas unilaterales y anunciarlas como si su mera voluntad tuviera más relevancia que todo el cuerpo legislativo e institucional del país.

¿Dónde está el avance histórico citado por Sánchez? Y sobre todo: ¿Dónde está el compromiso firmado de Marruecos por respetar la integridad de España?

Y sobre lo segundo, el balance es aún peor: ha cedido la posición histórica, legal y estratégica de España en el Sáhara a cambio de recuperar, simplemente, el estatus que ya teníamos frente a Marruecos hasta que su Gobierno lo alteró irresponsablemente permitiendo la entrada, clandestina y quizá ilegal, del líder del Frente Polisario, Brahim Ghali, enemigo oficial de Rabat.

Nada de lo que pone en el comunicado conjunto de Sánchez y de Mohamed VI tiene ni especial concreción ni gran valor. Y el que tenga, en términos inmediatos, no es privativo de España: a Marruecos, del que somos el primer proveedor pero también el mayor cliente, le interesa tanto o más normalizar el flujo comercial y de personas, reanudar la operación del paso del Estrecho y acabar con el bloqueo material de Ceuta y Melilla.

Apenas un zurcido para el roto provocado por la diplomacia española, sin más: es decir, se recupera lo que se perdió frívolamente, a cambio de abandonar al Sáhara, enfadar a Argelia y encarecer cuando menos el precio del gas frente al que Argel pondrá para el resto de sus clientes.

¿Dónde está el avance histórico citado por Sánchez? Y sobre todo: ¿Dónde está el compromiso expreso y firmado de Marruecos por respetar la integridad territorial de España, amenazada desde siempre en Ceuta, Melilla y las Islas Canarias?

Que no haya ni una mención a este asunto crucial lo dice todo de la naturaleza del rimbombante acuerdo, un listado de generalidades cuya única concreción real es la relativa a la entrega del Sáhara a Mohamed VI, que se ha servido más de la amenaza que del interés recíproco para doblegar a un presidente débil, desnortado e incapaz de mantener los principios elementales de la acción exterior española.

Porque los bandazos de Sánchez, también en el plano internacional, son tan evidentes como los estropicios que genera su Gobierno en la práctica totalidad de su gestión: si en España es sumiso con el separatismo o el populismo y agresivo con los partidos de Estado, como reflejó en su inútil reunión con Feijóo; fuera de nuestras fronteras oscila entre la complicidad con Venezuela y Cuba o la sobreactuación con Ucrania mientras mantiene en el Ejecutivo a un partido prosoviético.

Los desastres que suele generar ese relativismo de Sánchez, por graves que sean, suelen ser efímeros, aunque sus efectos sean cada vez más largos y devastadores.

Pero en este caso, se antojan estructurales: ha malvendido el estatus de España en un punto geoestratégico crucial a cambio de nada, sin contar con nadie y confiando en un supuesto compromiso verbal de un Rey que, no lo olvidemos, ni ha renunciado ni renunciará jamás a unas posesiones que considera suyas. Y que ahora, no nos engañemos por la bruma retórica de Sánchez, están más en la diana que nunca. Al tiempo.