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Sánchez denigra la memoria del horror

España tiene un presidente sustentado en un partido cuyo líder es un terrorista y en otro cuyo emblema es un golpista

El Parlamento Europeo ha aprobado un dictamen que servirá para intentar esclarecer los 379 asesinatos de ETA que aún siguen sin respuesta, y para considerarlos a todos ellos crímenes de lesa humanidad: no prescribirán nunca ni podrán beneficiarse de amnistía alguna.

La medida tiene un alto valor práctico, pero también simbólico: frente a la reescritura de la historia que pretenden los herederos de Batasuna y consiente el Gobierno; Europa ha colocado este drama en el ámbito del que nunca debió salir en España.

Que es el de tener claro quiénes fueron los verdugos y quiénes las víctimas, sin impúdicas equidistancias destinadas a extender el olvido a costa de denigrar el martirio de tantos.

El PSOE suscribió el dictamen en el último momento, tras una primera votación en la que se opuso a apoyar algo que, en realidad, debía haber impulsado: conocer la verdad y dirimir las responsabilidades.

Algo tan obvio no fue suficiente para que los socialistas, temerosos de la reacción de sus socios, votara en el sentido que imponen la decencia y su propia historia, testimonio de la del horror etarra con víctimas tan recordadas como Lluch, Tomás y Valiente, Buesa o Múgica, entre otros.

¿Qué tipo de peaje impone Bildu y acepta Sánchez como para haberse resistido a respaldar una medida tan sensata, reclamada por las víctimas y exigida por la sociedad española en su conjunto?

Aunque al final los socialistas hayan votado afirmativamente, sus pavorosas dudas iniciales permiten descifrar la naturaleza de su vasallaje al separatismo.

Porque sin los altavoces políticos del terror, simplemente, Sánchez no hubiera logrado sus investiduras ni habría aprobado dos Presupuestos Generales del Estado ni estaría gobernando en Navarra. Y para obtener todo eso, como ha reiterado Otegi en incontables ocasiones, debía contribuir al blanqueamiento del horror, a la impunidad de sus responsables y a la legitimación de sus socios.

No hay excusas ni paños calientes, y no puede decirse de otra manera sin faltar a la verdad: España tiene un presidente sustentado en un partido cuyo líder es un terrorista y en otro cuyo emblema es un golpista.

Eso son Otegi y Junqueras, y los pocos escrúpulos de Sánchez tal vez sirvan para indultarles legal o políticamente; pero no para tapar la naturaleza de sus currículos, la abyección de sus medios y la perversidad de sus fines.

Tampoco dan para borrar la huella del dolor ni para diluir la evidente traición que supone auxiliar a los verdugos antes que a las víctimas, incluyendo en la necesaria superación del terrorismo la reescritura de la cruel historia que protagonizó.

Que tengan que ser las instituciones europeas las que se encarguen de poner luz en la oscuridad es doloroso. Pero que lo hagan con la tibieza del primer responsable de esa tarea, es repugnante. Por mucho que Sánchez apueste por la impunidad y el olvido, la huella de ETA es imborrable. Y su tibieza, complicidad y condescendencia, también.