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No es Le Pen, es Europa

¿Es Francia quien tiene un problema? Sin duda lo tiene cuando un 41,2 por ciento de sus electores votan a una opción que quiere un cambio radical en muchos aspectos de la política francesa. Y esta protesta contundente de los electores franceses empieza a ser conato de protesta en muchos otros países europeos

Los resultados de la segunda vuelta de las elecciones a la Presidencia de la República francesa no se pueden ver sólo en un contexto francés. Es imprescindible verlos en el ámbito europeo. Para cualquier república presidencialista elegida a dos vueltas, la victoria de Emmanuel Macron, por una diferencia de más de 17 puntos es una victoria muy amplia, incontestable. Pero no es sólo eso lo que hay que tener presente. Hay que ver la evolución de ese voto de los derrotados y por qué están creciendo.

Jean-Marie Le pen, fundador del movimiento que hoy encarna su hija derrotada en la segunda vuelta de estas elecciones, se presentó tres veces a la Presidencia de la República con pobres resultados. La cuarta vez, en 2002, y sin duda gracias a la dispersión del voto entre 16 candidaturas, Le Pen logró pasar a la segunda vuelta con un 16,86 por ciento de los votos, un 0,68 por ciento por delante del candidato socialista y solo tres puntos porcentuales por detrás, del presidente que optaba a la reelección, el gaullista Jacques Chirac. Ahí apareció un cambio profundo en la política francesa y en la europea. Dos años antes, en Austria, la extrema derecha había entrado a formar parte del Gobierno en Austria en coalición con el Partido Popular Austriaco (ÖVP). Austria fue aislada durante meses por sus socios europeos. Había que establecer un cinturón sanitario respecto a la llamada «extrema derecha». En Francia, en 2002, entre la primera y la segunda vuelta de las elecciones presidenciales se intentó aplicar -con bastante éxito- el mismo cinturón sanitario. Le Pen sólo sumó entre las dos vueltas un 1,61 por ciento de los votos, otorgando a Chirac la victoria más aplastante de la historia de la V República Francesa.

En las elecciones de 2007, el candidato del Frente Nacional quedó en primera vuelta en cuarto lugar con un 10,44 por ciento de los votos. Las elecciones de 2012 fueron mucho más bipolares, porque en primera vuelta, los dos primeros candidatos, el socialista Hollande y el gaullista Sarkozy (presidente saliente) lograron 28,63 por ciento y 27,18, mientras que en el tercer lugar irrumpió la nueva candidata del Frente Nacional, Marine Le Pen, que logró un 17,9, más que su padre en segunda vuelta en 2002.

En las presidenciales de 2017, Marine Le Pen logró en primera vuelta un 21,30 por ciento, lo que le situó en segundo lugar tras el ganador, Emmanuel Macron y en la segunda vuelta subió hasta el 33,9 por ciento, dejándola lejos del 66,1 que obtuvo Macron. Comparemos los resultados de hace cinco años con los de esta segunda vuelta y concluiremos que en Francia hay una demanda de cambio radical que todavía no es mayoritaria, pero puede estar no muy lejos de serlo. Entre otras cosas, porque si Le Pen ha pasado del 23,15 por ciento de los votos al 41,46 por ciento, casi duplicando resultados, no puede haberlo hecho sólo con el voto de «la extrema derecha». Ahí hay unos descontentos de todos los partidos que en otra elección podrían pasar de respaldar al candidato de la «extrema derecha» al candidato de la «extrema izquierda». Recordemos que en paralelo a Marine Le Pen se ha producido un auge muy sólido del candidato de extrema izquierda Jean-Luc Mélenchon, que se ha comido al Partido Socialista exactamente igual que ella ha finiquitado a los gaullistas. En la primera vuelta de 2012 Mélenchon quedó en cuarto lugar logrando un 11,1 por ciento de los votos, sólo 6,8 por ciento menos que Le Pen. En 2017 obtuvo en primera vuelta un 19,58 por ciento de sufragios, sólo un 1,72 menos que la candidata del Frente Nacional. Y en la primera vuelta de este año, Mélenchon logró un 21,95, apenas un 1,2 por ciento menos que Le Pen. Por lo tanto, parece evidente que el voto del descontento suma por igual a uno u otro candidato.

¿Es Francia quien tiene un problema? Sin duda lo tiene cuando un 41,46 por ciento de sus electores votan a una opción que quiere un cambio radical en muchos aspectos de la política francesa. Evidentemente es más fácil protestar que construir. Y esta protesta contundente de los electores franceses empieza a ser conato de protesta en muchos otros países europeos. Las tradicionales familias políticas que articularon las democracias europeas durante el último medio siglo se ven cada vez más amenazadas por partidos que están fuera de esa bipolaridad. Eso ha sucedido en Francia, en Italia,en Polonia, es una amenaza evidente en Alemania, tiene elementos en Portugal y puede ocurrir en España por no hablar de otros países más pequeños. Corresponde al electorado y, sobre todo, a esos partidos tradicionales, el preguntarse por qué está pasando esto.