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Editorial

Ni la Policía ni la Guardia Civil ni España se merecen a Pedro Sánchez

El mismo presidente que dio el pésame a Bildu por el suicidio de un terrorista ofende ahora a los Cuerpos de Seguridad para agradar al separatismo

El presidente del Gobierno ha ofendido gravemente a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado al calificarles, en sede parlamentaria, de «piolines», el despectivo nombre que el separatismo puso a policías y guardias civiles desplazados a Cataluña para sofocar el golpe contra la Constitución impulsado por la propia Generalidad.

En intención al menos, el independentismo catalán utilizó una palabra muy similar a la que el universo batasuno empleó para referirse a los servidores de los Cuerpos en el País Vasco, tildados de «txakurras» para deshumanizarlos y convertirlos en objetivo prioritario de la violencia.

Que Pedro Sánchez suscriba ese lenguaje equivale a repetir el relato falso que en aquellos días se difundió, presentando a la Policía y a la Guardia Civil como herramientas represoras de un régimen antidemocrático que censuraba, con el despliegue de la fuerza bruta, las ansias legítimas de un pueblo oprimido.

Señalar así a los agentes públicos no solo es injurioso e injusto, sino que legitima la coacción que ellos, y tantos otros, siguen sufriendo por deberse al Estado o simplemente por no aceptar el marco ideológico del movimiento más radicalmente identitario que campa por Europa.

Nada se le ha escuchado al presidente del Gobierno sobre el derecho de los catalanes a recibir el 25 por ciento de su educación en español; pero le ha faltado tiempo para entregarse a las soflamas más incendiarias contra dos Cuerpos admirados, respetados y defendidos por una abrumadora mayoría de españoles.

Pero por ofensivo que resulte escucharle al jefe del Ejecutivo las mismas arengas que a ERC, Junts, las CUP o Bildu; no puede ya sorprenderle a nadie: desde que en 2018 presentara una moción de censura contra Rajoy, todo lo que ha hecho Sánchez ha sido en las mismas compañías y con similares intenciones.

Y para tratar de blanquear esa indecencia, no le queda más remedio que intentar normalizar el abuso endémico de sus aliados: Sánchez pasó de firmar el 155 contra Puigdemont y Junqueras a depender del segundo para llegar a la Moncloa, a cambio de un indulto obsceno y de una cadena de concesiones de la que aún no conocemos todo.

No tuvo un mal día, pues, ni tampoco un lapsus: señalar a la Policía y a la Guardia Civil no es inocente ni tampoco casual, sino perfectamente coherente con la trayectoria de un presidente sin principios, muy capaz de adaptar su relato, su gestión y sus decisiones a sus intereses personales, pagando a cambio el chantaje que le impongan a costa de lo que sea.

Porque de un presidente que, en el Senado, dio el pésame a Bildu por el suicidio de un terrorista pero no ha dicho nada de los 374 crímenes de ETA sin resolver; puede esperarse ya cualquier cosa. Incluso que denigre e injurie a los mejores servidores públicos que ha tenido nunca España. Sean un Rey octogenario o los impagables miembros de la Policía Nacional y la Guardia Civil.