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Editorial

Los peores presupuestos para una España en crisis

Sánchez defrauda una vez más a la sociedad e impulsa unas cuentas públicas insoportables que transforman a España en un Estado asistencial inviable dentro de un año

Pedro Sánchez y Yolanda Díaz han escenificado un acuerdo presupuestario que, pese al melodramatismo que lo ha rodeado, estaba más que pactado desde hace tiempo: las necesidades recíprocas de supervivencia eran insuperables y les obligaban a pactar, bien para consolidar la Presidencia, bien para irrumpir como complemento único al PSOE a costa de un Podemos definitivamente devaluado, garantizaban un acuerdo que se ha querido presentar como histórico y fruto de una ardua negociación.

Pero si el envoltorio es infantil, el producto es directamente insoportable: en la peor crisis económica de España desde hace 80 años, se consagra un techo de gasto público histórico, cercano a los 200.000 millones, y se certifica la vocación asistencial de un Gobierno netamente populista que antepone el clientelismo a la recuperación.

Porque carece de sentido, en términos de prosperidad, lucrarse con la inflación para, fruto del exceso de recaudación que reporta, repartir una parte del abuso en forma de subvenciones a la maternidad, al desempleo o a cualquier otro capítulo.

Lo suyo sería renunciar a ese superávit fiscal ficticio y emprender una reducción de impuestos intensa, reduciendo a su vez el gasto público superfluo para consolidar unas cuentas públicas saneadas.

Pero eso, que equivaldría a renunciar a la voracidad impositiva del Estado en las peores circunstancias para mantener en el bolsillo del ciudadano la mayor parte posible de su renta, sería incompatible con el deseo inconfesable de Sánchez de vincular su continuidad a la concesión de infinitas –e insuficientes– pagas.

España tiene el peor paro de Europa, y creciendo pese al maquillaje burdo de las estadísticas. Y también ha perdido más PIB que nadie y tarda más que ninguno en recuperarlo, en un escenario de desbordamiento de la deuda pública que no se palía con el artificio de los Fondos Europeos, de los beneficios de la inflación o de la suspensión temporal de la disciplina fiscal habitual en Bruselas.

Y que ante eso Sánchez, con su nefasta alianza con el populismo y el separatismo, opte por el espejismo de simular que el Gobierno puede compensar las carencias de la economía y el empobrecimiento de la sociedad, es lamentable.

Porque, una vez más, el Gobierno lo confía todo a una simulación que le permita mantener la absurda idea de que puede compensar las profundísimas heridas de la economía con un plan de subvenciones que, en realidad, devuelven a la parte más desfavorecida de la sociedad una parte mínima de lo que antes le quita con su política tributaria.

Y esto es así porque, ya no hay duda, el horizonte del Ejecutivo no va más allá de esconder los traumas nacionales y retrasar un año la adopción de medidas quirúrgicas: justo el tiempo que coincide con un calendario electoral que Sánchez, una vez más, antepone a los intereses nacionales.

Cuando acabe 2023 y se celebren elecciones, el Gobierno saliente y la sociedad a la que se dirija van a heredar un infierno económico de primera magnitud, achacable en exclusiva a la negligencia de un presidente atrapado en sus propias trampas.