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Editorial

Urge una explicación de Sánchez sobre Marruecos, el Sáhara y su espionaje

El escandaloso comportamiento del presidente con el Sáhara, que afecta incluso a la Casa Real, no puede mantenerse impune ya por más tiempo

Este periódico ha revelado, con documentación oficial, cómo la ley le ha instado al presidente del Gobierno a aclarar si ha mantenido informado formalmente al Rey de sus decisiones unilaterales sobre el Sáhara y, en el caso de que así haya sido, en qué fechas concretas.

Y además ha demostrado documentalmente, tras un año de investigación periodística, que ya ha marginado a Felipe VI hasta en tres ocasiones en asuntos de su incumbencia constitucional relativos a la crisis internacional con Marruecos, sobre la que el Monarca tiene derecho a estar informado por el jefe del Ejecutivo. Y no consta despacho oficial entre ambos al respecto, como ha podido certificar El Debate para bochorno de la Moncloa.

El mero hecho de que Pedro Sánchez deba ser obligado a explicar algo que debiera ser rutinario o que, cuando lo hace a la fuerza, se evidencie su indiferencia hacia la Casa Real, es en sí mismo escandaloso: la política exterior le corresponde constitucionalmente al presidente; pero la representación internacional del Estado y el conocimiento de los asuntos que le afectan corresponden a Felipe VI y no dependen del capricho, la voluntad o la generosidad de nadie.

La inquietud crece cuando este episodio se suma a otros muchos que, unidos secuencialmente, suscitan sombras inaceptables y sugieren un ocultamiento oficial de las verdaderas razones de un cambio unilateral de Sánchez en una materia tan importante como la posición de España ante Marruecos.

En poco más de un año, Sánchez pasó de desafiar a Rabat permitiendo la entrada clandestina del líder del Frente Polisario a, en un giro inexplicado, ceder la posición española en el Sáhara, generando una crisis diplomática con Argelia que aún sigue vigente.

Y entre medias de ambos episodios, opuestos y caóticos, fue espiado por un agente externo a través del programa Pegasus, tal y como reveló el propio Gobierno de España para intentar diluir el conflicto con sus socios separatistas, espiados por órdenes de la Moncloa.

Nadie ha confirmado quién espió a Sánchez y qué le espió, pero nadie ha negado tampoco la tesis de que fue la Inteligencia marroquí, hasta el punto de que un informe preliminar de la Comisión Europea ha reconocido esta semana que ésa era la posibilidad más factible.

Que justo después de ello, sin el respaldo del Congreso y al parecer sin el conocimiento del Rey, Sánchez le entregara a Mohamed VI la soberanía oficiosa del Sáhara y aceptara el plan de Marruecos para la zona es, simplemente, escandaloso.

España no se merece a un presidente que da bandazos con Marruecos y soporta la sombra del espionaje y la extorsión como causa de sus volantazos

La política internacional de un país no depende de los caprichos, las necesidades o los temores de un presidente nunca, y mucho menos si pesa sobre él la sospecha de que su cambio de postura procede de un chantaje previo. Los intereses de Estado no son objeto de cambalache, pues responden a posiciones estables que los efímeros gobernantes no pueden voltear en función de sus intereses ni alterar a su antojo.

Cualquiera de los tres hitos protagonizados por Sánchez en este asunto tiene, por sí solo, entidad suficiente para convertirlo en materia de Comisión de Investigación en el Parlamento. Y todos ellos juntos, aún más.

España no se merece padecer a un presidente que lo mismo honra a Brahim Ghali que a Mohamed VI, que es espiado y quizá extorsionado y que, en lugar de recurrir a las Cámaras y a la Casa Real para fijar una posición de Estado, ignora a una y deja de lado a otra.

Sánchez le debe explicaciones urgentes a los españoles, y la oposición ha de exigírselas a diario hasta lograrlas. Es demasiado importante lo que está en juego como para dejarlo estar, aceptando el desafío a la Constitución que el propio presidente encarna con su insólita actitud.