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Editorial

Sánchez es irrecuperable para la democracia constitucional

Resistir sus embates, que cada día son más furibundos y descarados, a la espera de que las urnas le coloquen en el lugar que se merece, parece la única alternativa

Lejos de recular tras 24 horas terribles para la salud democrática de España, Pedro Sánchez redobló su apuesta rupturista con una lamentable sesión doble en el Congreso y en el Senado que le ratificó en su postura y adelantó su inquietante hoja de ruta.

Sin ningún deseo de rectificar ni de buscar consensos constitucionales que mitiguen la inaceptable tensión a la que está sometiendo al Estado de derecho, con su afán monopolístico de los poderes públicos, el presidente del Gobierno fue más lejos que nunca al aseverar que la democracia en España es «imperfecta» y necesita «mejoras y reformas».

Una declaración de principios que sería razonable si el objetivo fuese mejorar la autonomía de los poderes, perfeccionar los mecanismos de control de todos ellos, aumentar las libertades, reforzar la cohesión territorial y la identidad nacional, evitar el chantaje reiterado del nacionalismo y mejorar, por ejemplo, el valor real del voto de todos los ciudadanos, hoy bien distinto en función de la circunscripción donde se ejerce.

Pero resulta insólito que esa afirmación, pronunciada a más inri en respuesta al independentista Gabriel Rufián, proceda de quien está haciendo, con fraudes de ley constantes y un frentismo impropio de una sociedad abierta, justo lo contrario.

Porque es sonrojante que la misma persona que avala la imposible legitimidad del separatismo, indulta a delincuentes, borra sus delitos, ataca libertades básicas como la de informar, desprecia a las Cámaras y agrede al Tribunal Constitucional se presente como paladín de una democracia que degrada a diario y pretende adaptar, en exclusiva, a sus intereses políticos y a los peajes que le cargan sus insaciables aliados.

Y si todo lo hecho por Sánchez hasta ahora es incompatible con las funciones y obligaciones constitucionales de un presidente digno del cargo, todo lo que se intuye que intenta hacer en el futuro le invalida definitivamente.

Porque ayer no fue capaz de negar que esté dispuesto a manipular la legislación para concederle a ERC la celebración de algo parecido a un referéndum. Y tampoco aceptó, a preguntas del líder de la oposición, la enésima mano tendida para sustituir las dádivas que concede a los extorsionadores políticos que tiene por socios por un gran pacto de Estado, con el PP, por el bien de España y de la mayoría de los españoles, claramente alejados de las posiciones extremistas que hoy encarna el PSOE, casi mimetizado con Podemos, ERC o Bildu.

Si a todo eso se le añade un desafío intolerable al resto de poderes, con el Judicial y el Constitucional en el centro de sus objetivos invasivos, solo cabe concluir que esta versión de Sánchez, más extrema aún que la original, es irrecuperable en términos democráticos.

Resistir sus embates, que cada día son más furibundos y descarados, a la espera de que las urnas le coloquen en el lugar que se merece, parece la única alternativa. Pero se va a hacer muy larga la espera.