Una respuesta contundente al yihadismo
El horror fundamentalista lleva demasiado tiempo golpeando a Europa, que debe encontrar la manera de luchar contra él integrando el respeto a la diversidad
El horror fundamentalista ha golpeado de nuevo a España, con un terrible atentado que se ha llevado la vida de un buen hombre, Diego Valencia, sacristán de una humilde parroquia en Algeciras y víctima de un desalmado fanático felizmente detenido.
Conviene recalcar, antes de nada, la abismal diferencia existente en la religión islámica y el fenómeno de la inmigración y quienes, siendo musulmanes y foráneos, cometen estos crímenes. No existen ni las razas ni las culturas ni los credos homicidas; los delitos son siempre individuales y los valores constitucionales han de primar, siempre, en el análisis de estos dramas para ser justos y correctos.
Algo, por cierto, que vale para tantos otros asuntos en los que una parte de la política española no tiene reparo alguno en criminalizar géneros, ideologías o confesiones enteras sin pudor alguno ni respeto por la verdad.
Pero que estigmatizar a grupos enteros sea una injusticia peligrosa no significa que, en algunos de ellos muy específicos, anide un serio problema que la sociedad, sus instituciones y sus leyes han de saber atender, encauzar y, por supuesto, frenar. Sin ambages ni medias tintas que impidan, en nombre de una impostada corrección política, garantizar la seguridad de la ciudadanía.
Porque el yihadismo es un problema obvio, cualitativa y cuantitativamente, que España ha sufrido como pocos países más, con dos atentados terribles grabados ya en la memoria colectiva: el de Madrid en 2004 y los de Barcelona y Cambrils, en 2017, saldados en su conjunto con más de 200 víctimas mortales y un dolor ya eterno.
Y dramas similares se han sufrido en el Reino Unido, Alemania o Francia, donde las redes radicales han logrado asentarse en sus sociedades, inmunes a los valores de paz, igualdad, libertad y seguridad que caracterizan a la Europa ilustrada.
Solo desde 2010, la inteligencia europea, a través de sus distintos Cuerpos de Seguridad, ha puesto a buen recaudo a 5.000 yihadistas, lo que en sí mismo ya resume de manera elocuente la magnitud del problema.
Pero también la eficacia en la prevención y la respuesta, resumida en la creación de una Coordinadora contra el Terrorismo que aúna, coordina y despliega recursos de cada país en una lucha común y transversal.
La cooperación policial y judicial; la prohibición del proselitismo y la propaganda; la persecución sin tregua de las redes de captación y planificación y la coordinación de las políticas migratorias con los países de origen son clave para llegar a dos objetivos imprescindibles: defenderse de la amenaza y, a la vez, integrarla en los valores de respeto y solidaridad que caracterizan a la Europa del derecho y de su profunda tradición cristiana.
Nada justificaría que esa manera de entender al ser humano cambiara por el miedo a quienes buscan imponer su visión enfermiza de la vida. Pero nada justificaría, tampoco, que en nombre de la tolerancia europea se dejaran de adoptar las medidas necesarias, por duras que sean, para preservar la paz, la seguridad y la convivencia.
Que hoy están amenazadas muy seriamente por un fenómeno global que se concreta en nuestras calles, barrios y pueblos y, por ello, necesita respuestas locales. Algo que agradecerán todos, incluidos los ciudadanos de otros países y otras creencias que, como nosotros, también están sometidos por este fundamentalismo medieval.