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Editorial

Sánchez nos debe explicaciones sobre Marruecos y el Sáhara

El presidente tiene que aclarar qué le hizo cambiar de postura tras conocerse que fue espiado. Todo lo demás es secundario

Pedro Sánchez y una parte de su Gobierno acuden a Marruecos a una Reunión de Alto Nivel que, en teoría, debería ser un éxito. La relevancia de los asuntos compartidos con el controvertido vecino, con las inversiones económicas, la inmigración y el control del terrorismo como grandes hitos potenciales, convertiría este encuentro en una espléndida noticia en circunstancias normales.

Pero éstas no existen y por mucho que la retórica gubernamental pretenda luego vender grandes avances, con la retórica habitual, lo cierto es que el encuentro parece más el remate a una extravagante rendición ante Rabat, por razones oscuras, que una ocasión para avanzar con lealtad recíproca en intereses compartidos.

Porque Sánchez llega a Rabat sin explicar por qué, de manera personalísima y sin el respaldo del Parlamento, decidió modificar el estatus histórico de España en el Sáhara, avalando las aspiraciones marroquíes anexionistas sobre la antigua colonia española y renunciando con ello a medio siglo de tutela diplomática sobre ella.

Un giro inexplicado que perpetró Sánchez un año después de adoptar una decisión diplomática agresiva contra Marruecos, al permitir la entrada clandestina en España de Brahim Ghali, líder del Frente Polisario considerado jefe de una banda terrorista por Rabat.

Lo único conocido que pasó entre medias de ese volantazo es el espionaje al teléfono personal del presidente, cuya autoría se adjudica al espionaje marroquí, sin desmentido de nadie al respecto. Que ese episodio fuera revelado por el propio Gobierno, acuciado por el uso de «Pegasus» para controlar al separatismo catalán, avala la pregunta que Sánchez no ha sabido responder.

Que es bien sencilla y legítima: ¿está sufriendo el chantaje de Marruecos y eso «explica» su viraje unilateral? ¿Qué le extrajeron del móvil y qué relación tiene con el cambio de postura, sin contar con el Congreso y, según desveló El Debate, sin hacer partícipe de todo ello al Rey de una manera formal?

Todos esos interrogantes son razonables y legítimos. Y el mero hecho de que puedan formularse ya lo dice todo del deplorable rumbo de la diplomacia española, tan inestable como el resto de la acción gubernamental. Y todo ello se agravaba ayer al saberse que el presidente del Gobierno español no fue recibido por el Monarca alauí, que se limitó a llamarle por teléfono desde Gabón.

Aunque se lleguen a acuerdos comerciales, sobre el flujo en Ceuta y Melilla, sobre las importaciones y exportaciones entre ambos países o sobre el control fronterizo; nada será suficiente para tapar la gran cesión previa de Sánchez a Mohamed VI, la falta de explicaciones públicas al respecto y la sospecha de que todo puede obedecer a una especie de siniestra extorsión.

Porque para que España y Marruecos alcancen esos acuerdos no es necesario que se ceda el Sáhara, se coquetee con el futuro de Ceuta y Melilla, se renuncie tal vez a la plataforma continental circundante a Canarias y, en definitiva, se pague un precio altísimo por un botín insuficiente.

Que además acuda a Marruecos sin pactar con la oposición, sin contar con la opinión pública y sin tener en cuenta a la Corona solo agrava la incómoda sensación de que Sánchez juega con Rabat a lo mismo que con sus socios en España: a cambalaches opacos que, más que atender a los intereses del Estado, lo hacen a sus espurios negocios políticos.