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Editorial

Sánchez no sale reforzado ni Feijóo ni Vox debilitados

Toda España ha podido ver que el PSOE sigue y seguirá intervenido para siempre por sus socios de siempre y el PP y Vox han rebajado la tensión entre ellos

La moción de censura contra Pedro Sánchez no ha prosperado, como era de prever, pero tampoco es cierto que ese resultado le haya reforzado. Sin duda al corto plazo le ha permitido desplazar el foco de atención sobre los múltiples desastres que le rodean, con la crisis económica, el caso del Tito Berni y el estropicio legislativo generado por él mismo.

Y también le ha servido para cohesionar artificialmente a un Gobierno roto y enfrentado e, incluso, para presentar en sociedad a Yolanda Díaz, de cuyo éxito electoral con un partido difuso depende, casi por completo, el futuro electoral del actual presidente.

Pero toda esa ceremonia se disipará y los problemas seguirán ahí, con un agravante: en el viaje de lograr la foto de la unidad, con el populismo de Podemos y el separatismo de ERC y Bildu a su vera, también se escenifica la imagen de la indignidad.

Porque frente a los intentos de Sánchez de presentarse como un constitucionalista moderado, el precio público a pagar por mantenerse en el poder con esas alianzas será el descrédito ante una ciudadanía que ya no se va a dejar engañar: el PSOE se presentó a las urnas comprometiéndose a no formar Gobierno con los mismos partidos que, ahora, le han auxiliado en la moción de censura y tienen en sus manos la continuidad del presidente.

Tampoco ha salido debilitado el PP, ni mucho menos Alberto Núñez Feijóo, indemnes ante los ataques recibidos por el PSOE y por Vox, al unísono. Esa coincidencia refuerza la centralidad de los populares, indispensable para relevar a Sánchez cuando, probablemente en diciembre, los españoles sean convocados a las urnas.

Con seguridad, Feijóo piensa cosas similares a las expuestas por Tamames o Abascal en el Congreso. Y, sin duda, no criminalizará a Vox si, llegado el momento, son necesarios el diálogo y el acuerdo para culminar el desalojo democrático del peor Gobierno habido en España desde 1978.

Pero alejarse de una disputa estéril, en el sentido de que la moción de censura careció siempre de los números necesarios para prosperar, le permite sortear las trampas del Gobierno, instalado en la dialéctica guerracivilista de bloques y trincheras, y mantenerse en el espacio que todas las encuestas señalan como el adecuado para lograr una rotunda victoria electoral. Aunque no todos lo entiendan, la estrategia popular es la correcta para llegar a la meta.

Finalmente, tampoco es cierto que Vox se haya metido en un jardín improductivo: no se puede tildar de fracaso nunca el intento democrático de retratar a Sánchez, y no es coherente compartir los diagnósticos del presidente del partido o de su candidato en la moción y, a la vez, ser muy críticos con el paso dado.

Todo lo que Vox expuso en el Congreso, durante dos días, refleja la opinión de millones de españoles. Y que eso no sea suficiente para conseguir la victoria no es razón suficiente para desprestigiar su disposición a intentarlo.

Nada cambia, pues, tras una larga sesión en el Parlamento. Y si lo hace es para bien: el PP y Vox no han estado juntos, pero ha desaparecido la excesiva tensión entre ambos visible en la anterior moción de censura, con una disputa exagerada entre Abascal y Casado. Y el Gobierno de Sánchez se ha retratado como lo que es: una coalición inestable de intereses con Junqueras, Otegi, Díaz e Iglesias.