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Editorial

Sánchez convoca elecciones para evitar que los suyos lo defenestren

La convocatoria anticipada intenta esconder el hundimiento de la izquierda en su conjunto y demorar el ajuste de cuentas que le espera al presidente

Actualizada 09:17

Pedro Sánchez ha protagonizado su enésima pirueta con el anuncio de disolución de las Cámaras y la convocatoria de elecciones generales anticipadas para el próximo 23 de julio.

No se trata de un ejercicio de asunción de la responsabilidad derivada de la hecatombe del PSOE, y de sus socios, en los comicios del pasado domingo, ni mucho menos.

Y aunque sea muy saludable consultar a los ciudadanos en medio de esta excepcional crisis política, como reclamó El Debate en su Editorial de este domingo, las razones del presidente para hacerlo son tan espurias como todas las que le han impulsado desde que llegó al liderazgo de su partido.

Básicamente, Sánchez no podía ya ni mantener a su Gobierno, ni agotar la legislatura, ni frenar la respuesta interna de su propio partido ni contener a sus aliados, destrozados todos electoralmente por sus propias políticas y por su subordinación a Sánchez.

Y en ese escenario de degradación absoluta, ha optado por un nuevo engaño: consultar a los ciudadanos para esquivar el ajuste de cuentas interno que el 28-M presagiaba.

Con el PSOE desplomado, Podemos desaparecido y Sumar malherido antes de nacer formalmente, era verosímil que todo ellos dirigieran sus críticas hacia el presidente que los aupó, por interés propio, y después los hundió: todo lo que han callado en cuatro años tétricos saldría ahora a flote, haciendo insostenible la continuidad de Sánchez en el cargo.

Con este anticipo, cierra esa respuesta y desvía la atención de la abrumadora derrota electoral que la llamada «coalición Frankenstein» ha sufrido allá donde se presentaba junta o por separado, con la única excepción relevante de Castilla-La Mancha, curiosamente el único territorio socialista alejado de la órbita sanchista. Donde más se ha procurado impedir las fotos del candidato García-Page con el presidente Sánchez.

Sánchez ha tenido incontables ocasiones de convocar elecciones para librar a España de sus ataduras personalísimas con Podemos, ERC o Bildu; pero sólo lo ha hecho cuando se ha visto amenazado por la derrota de sus compañeros de viaje y la suya propia, repitiendo un comportamiento que ya desplegó cuando, al ser derrotado por Rajoy, intentó una investidura inviable con Ciudadanos para evitar que su partido lo defenestrara.

El uso espurio de las instituciones es seña de identidad del líder socialista, que también utiliza el calendario electoral con fines egoístas: obligó a celebrar dos elecciones generales en seis meses cuando estaba en la oposición; las repitió ya desde el Gobierno tras la moción de censura y ahora acorta su mandato para intentar adaptarlo a su agenda personal.

Y lo hace, además, intentando explotar su condición de presidente de turno de Europa, para mostrar una falsa apariencia de moderación y de prestigio internacional que le distancie, sin romper con ellos, de una alianza que repetirá si le dan los números el próximo mes de julio.

Que Sánchez pose con la bandera de la UE e interrumpa su relación con populistas y separatistas durante mes y medio no debe engañar a nadie: la misma coalición que le ha impulsado desde 2018, a costa de devaluar el prestigio y los recursos de España, renacerá tras esos comicios si la aritmética se lo permite. Incluso con Bildu, por supuesto.

Tampoco hay que llevarse a engaño con la fecha escogida. Se trata de desmovilizar la participación, muy elevada en el espectro conservador, y estimular todo lo más el voto por correo, puesto bajo sospecha con el caso de Melilla: a este respecto, no se debe dudar gratuitamente de la limpieza de las elecciones, pero sí extremar la vigilancia para evitar tentaciones que la sociedad ha comprobado que existen.

En todo caso, sea cual sea la hoja de ruta de Sánchez, no hay que temerla. El sanchismo vive probablemente sus últimos estertores, con una degradación extrema de quien lo impulsa y quienes lo sostienen. Que lo puedan enterrar los españoles con su voto es una buena noticia. Y que el PP y Vox no caigan en la trampa de tensar sus relaciones y acuerdos antes del 23J, terminaría por zanjar la etapa más siniestra de la democracia española desde 1978.

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