PP y Vox se entienden, aciertan e ilusionan
El acuerdo en la Comunidad Valenciana presagia la sintonía de ambos para entenderse cuando llegue el momento de relevar a Sánchez
El acuerdo entre PP y Vox para gobernar en la Comunidad Valenciana es, para empezar, una espléndida noticia para los valencianos, que se libran al fin de un tripartito sectario cuya principal aportación ha sido inocular una deriva nacionalista en una región definitoria de la identidad española.
Pero también lo es para el conjunto del país, que ve con este pacto un razonable anticipo de lo que puede ocurrir el 23-J si dan los números y el relevo de Pedro Sánchez, de su nefasto Gobierno, de sus inquietantes aliados y de su perjudicial gestión es viable.
El pacto valenciano acuerda sus condiciones a la relevancia de cada parte, de una manera razonable: el PP liderará el Gobierno, sin duda, pero Vox no quedará escondido y asumirá la presidencia de las Cortes, la vicepresidencia de la Generalidad y algunas consejerías relevantes.
Una fórmula ya ensayada en Castilla y León, con más ruido externo que polémicas reales, que debe adaptarse a las circunstancias de cada territorio con la habilidad que cabe exigirles a ambas formaciones: allá donde sea imprescindible la coalición, debe implantarse. Pero allá donde sean suficientes apoyos programáticos y de investidura, debe desecharse el maximalismo.
Porque no tendría sentido frustrar alternativas municipales, autonómicas y nacionales haciéndose rehenes de mensajes externos de sus rivales que ni sienten ni vinculan a sus bases electorales: la izquierda puede soflamar, con infinita demagogia, las consecuencias de los pactos entre el PP y Vox; pero los votantes de ambos exigen esos acuerdos, se sienten cómodos con ellos y solo piden que de verdad impliquen reformas claras y decisiones solventes.
La tirantez entre los dos partidos, que El Debate ha aspirado siempre a calmar, tiene una explicación estrictamente táctica, sustentada en la mera competición electoral; que nunca puede ser preámbulo de desencuentros ni de tensiones excesivas.
Porque PP y Vox son complementarios y su sintonía es imprescindible para darle a España una alternativa seria, reformista, solvente y alejada del sectarismo aventurero de una coalición variopinta, sin un programa común y cohesionada exclusivamente por la conservación de un poder malgastado en objetivos disgregadores y contraproducentes.
Si Feijóo y Abascal encuentran la manera de defender sus legítimos intereses de parte sin estropear el objetivo común que ambos comparten, su acierto será absoluto. Y el caso valenciano apunta en la dirección correcta: ambos lo entienden y no arruinarán eso que, con toda la razón, se ha venido a definir como la derogación del sanchismo.