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Editorial

Sánchez le debe una explicación urgente a España

Es intolerable que todo un presidente decida personalmente rendirse ante Marruecos y no sea luego capaz de demostrar que no se lo impuso Mohamed VI

La información que hoy desvela El Debate tiene una formidable relevancia y debería tener profundas consecuencias. Porque no hay precedente conocido, ni en España ni en ningún país occidental serio, del comportamiento de todo un presidente del Gobierno en un asunto de inmensas consecuencias internacionales.

Los hechos son los siguientes: Sánchez cedió a Marruecos la posición española en el Sáhara, firme durante medio siglo, sin el amparo del Congreso y sin tratarlo formalmente con el Rey. Y lo hizo con una supuesta carta, difundida primero por Mohamed VI, cuyo original o no existe o la propia Moncloa no es capaz de demostrar.

Solo sabemos que Sánchez hizo suyo un comunicado de Rabat cuatro días después de su difusión pública. Y que lo hizo asegurando que el mismo era una copia del que él había remitido otros cuatro días antes de que Marruecos lo diera a conocer en tono de victoria, pues recogía una especie de rendición de España y un reconocimiento de la autoridad marroquí sobre la antigua colonia española.

Si ya era inconcebible que otro país se encargara de informar de una decisión de España, con una intromisión en sus asuntos domésticos impropia en el ámbito diplomático; los hechos alcanzan la categoría de escándalo al demostrarse ahora que Sánchez no es capaz de demostrar la existencia de esa supuesta carta que asumió como propia.

Nadie en La Moncloa ha sido capaz de explicar quién, cómo y cuándo elaboró esa misiva, ni tampoco cuál fue el conducto y el procedimiento seguidos para trasladársela a Marruecos. Lo que, en síntesis, viene a poner en duda su existencia y avala la teoría de que Sánchez se limitó a suscribir los intereses de Mohamed VI y a presentarlos, a la vez, como una decisión autónoma propia.

Sea o no así, con carta y sin ella los hechos son los mismos: Sánchez pasó en un año de acoger clandestinamente en España a enemigo público número uno de Marruecos, el líder del Polisario Brahim Ghali; a renunciar a la autoridad española sobre el Sáhara, sin el respaldo de nadie y de manera unilateral.

En un año pasó de atender al líder del Polisario a entregarle el Sáhara a Marruecos, tras ser espiado su teléfono personal

Y, entre medias de ambos episodios antagónicos, sufrió un ataque a su móvil personal saldado con la sustracción de una ingente información necesariamente delicada, en un caso de espionaje atribuido por la Unión Europea a Marruecos.

La secuencia es escalofriante: Sánchez decidió unilateralmente un viraje internacional tras ser espiado. Y lo hizo con un comunicado difundido primero por el beneficiario de su decisión, supuestamente inspirado en una carta original de la que no existe constancia documental en la sede de la Presidencia española.

Lo cierto es que de una manera u otra, Sánchez ha asumido y consolidado las exigencias de Marruecos, sin una contrapartida que lo justifique y sin seguir los cauces institucionales razonables, que incluyen cuando menos la participación del Jefe del Estado, del Parlamento y de la oposición, sin menoscabo de las atribuciones presidenciales.

Solo hay que ver la beligerancia de Rabat hacia Ceuta y Melilla, a las que calificó de ciudades marroquíes hace apenas unos días en una nota oficial remitida a la Unión Europea, para entender que en este asunto ha habido un vencedor y un vencido.

Y todo ello envuelto en una nebulosa de sospechas y silencios inaceptable que exige una respuesta de Sánchez en sede parlamentaria. Alguien deberá pedírsela, en defensa de los intereses nacionales y no de los caprichos de un dirigente irresponsable, opaco y servil con un país ajeno.