Sánchez en Marruecos
El presidente en funciones legitima al país que probablemente le espió y mantiene la opacidad sobre sus decisiones en su favor
Las vacaciones «privadas» de Pedro Sánchez en Marruecos son una provocación inaceptable en un asunto especialmente delicado en el que, lejos de dar explicaciones, el presidente en funciones agudiza las sospechas con un comportamiento lamentable, arrogante e impropio de un demócrata.
Para empezar, escoge como destino vacacional un país señalado formalmente, desde la Unión Europea, como responsable del caso de espionaje que él mismo sufrió a través del programa «Pegasus», con el que le hurtaron una ingente cantidad de información probablemente relevante a efectos de seguridad nacional.
Pero lejos de pedir explicaciones al respecto y trabajar para que se aclare el episodio, tal y como exigió Bruselas, Sánchez se ha marcado con su familia a Marrakech, naturalizando algo tan impresentable como que un país ajeno a España haya espiado a su presidente con fines potencialmente perversos.
Que después de ese asalto a su teléfono móvil se produjera un volantazo en la posición española en el Sáhara, decidido en persona por Sánchez y teledirigido por Mohamed VI, hace aún más siniestra la secuencia irrefutable de los hechos y más inconveniente su presencia lúdica en Marruecos.
Porque Sánchez no ha explicado la relación entre el espionaje sufrido y sus concesiones a Rabat, ni tampoco cuál es el beneficio exacto de una sumisión muy productiva para el Reino alauí pero estéril para España, que ni siquiera ha visto reabiertas del todo las fronteras de Ceuta y Melilla con su controvertido vecino magrebí.
No es tolerable, en fin, que Sánchez se muestre incapaz de rendir cuentas sobre asuntos de Estado cruciales y que, para despreciar a quienes se lo exigen, se disfrace de turista y acuda al lugar de los hechos, insistiendo por cierto en la naturaleza privada de la excursión familiar.
Que ahora presuma de pagarse sus vacaciones es, a la vez, una confesión de que antes no lo hacía y de que eso no era como poco ejemplar: el uso indiscriminado del Falcon o de distintos palacios de propiedad pública para asuntos privados o de partido ha sido una constante de su mandato.
Y el cambio asumido en esta ocasión demuestra que él mismo era consciente del abuso y que sólo ha dejado de cometerlo preocupado por la trascendencia social y legal que ha tenido, gracias a medios de comunicación como El Debate.
Como corolario de todo queda el desprecio chulesco de Sánchez a las más elementales costumbres y liturgias democráticas, resumido en unas vacaciones con una clara intención política, despectiva como nunca, y opaca como siempre.