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Editorial

España avergonzada

Tal ha sido el alcance del binomio «España y vergüenza» que hasta Sánchez y sus colaboracionistas se han dado cuenta del desaguisado y han lanzado la especie de que en realidad ha sido la opinión pública española la que ha vencido ese maligno sentimiento al mostrar vigorosamente su desaprobación ante lo ocurrido y su protagonista

Ha pasado ya suficiente tiempo desde que saltó el escándalo en torno a las actitudes del presidente de la Real Federación Española de Fútbol como para poder analizarlo con un poco más de objetividad. Que Luis Rubiales, en la espléndida ocasión que suponía para el equipo nacional de fútbol femenino, y para toda España, haber conseguido el correspondiente campeonato mundial, creyera oportuno señalarse sus genitales y depositar en la boca de una de las jugadoras un ósculo tan indebido como inesperado, decía todo sobre la infirma calidad personal y profesional del personaje. Asco es la palabra adecuada con que los espectadores contemplaron el momento y correspondiente la pregunta de saber cómo tal individuo había conseguido ocupar el puesto que detentaba. Pero también la vuelta inmediata al gozo evidente: el equipo nacional femenino de futbol era campeón mundial del deporte.

Como era de esperar y de temer, sin embargo, las, los y les profesionales nacionales de la perspectiva de género aprovecharon la sucia ocasión para lanzar una gigantesca operación publicitaria y comunicativa con el declarado fin poner de relieve lo ocurrido como nuevo pecado mortal hispánico, indicativo de los abusos sexuales que tiene lugar en el ruedo peninsular y demandar las más graves de las consecuencias contra el depredador de jugadoras. Y tanto fue el éxito de la operación, en la que activamente participaron las ministras en funciones Montero, Díaz y Belarra, amén de su compañero Iceta, y por supuesto el presidente del Gobierno Sánchez, que los medios mundiales de comunicación en todas sus manifestaciones han hecho del «caso Rubiales» prenda preferida de titulares y primeras noticias y consiguientemente a España sujeto dudoso e incluso culpable de una lamentable situación. Quedaba por supuesto olvidada la buena nueva del éxito en el campeonato mundial mientras los ciudadanos del mundo recibían un mensaje: que vergüenza, la de esta España.

Y tal ha sido el alcance del binomio «España y vergüenza» que hasta Sánchez y sus colaboracionistas ministras, ministros y ministres en funciones se han dado cuenta del desaguisado y para cubrir las suyas propias, las vergüenzas, se entiende, han lanzado la especie de que en realidad ha sido la opinión pública española la que ha vencido ese maligno sentimiento al mostrar vigorosamente su desaprobación ante lo ocurrido y su protagonista. Al que de momento los medios nacionales e internacionales siguen mostrando atención preferente mientras pareciera que los organismos administrativos tuvieran ciertas dudas sobre el alcance del castigo que mereciera. Entre tanto las campeonas han pasado a un segundo y silencioso plano y, entre otras desgracias consiguientes, las posibilidades de que en 2024 España albergara el campeonato mundial de futbol masculino parecen desvanecerse como consecuencia del gigantesco despropósito.

Y es que, en realidad, y sin dejar de lamentar que personajes como Rubiales existan en la vida pública, la vergüenza de España proviene de otro lado. Del lado Sánchez, de sus colaboracionistas y de todos aquellos que, en el PSOE, sus aledaños y sus votantes estiman que su destructiva carrera de despropósitos merece alguna consideración. Y para juzgar esta historia, buena razón tiene Guadalupe Sánchez Baena cuando en «Populismo Punitivo» afirma: «La cruda realidad es que las mujeres, consideradas como un colectivo, solo somos víctimas de estos nuevos feministas identitarios, que nos quieren sumisas y obedientes dentro de su colmena, para así agitar el avispero cuando les convenga electoralmente. Porque somos sus instrumentos para alcanzar el poder, su excusa para colonizar las instituciones y acceder a cargos que de otra forma difícilmente conseguirían. Pero que no nos quepa duda de que, una vez conseguidos sus objetivos, nos tratarán como a un trapo usado».