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Editorial

Si Feijóo no logra la investidura, Sánchez tampoco debe hacerlo

España se enfrenta a un desafío con pocos precedentes por la contumacia del líder socialista en aliarse con quienes buscan su destrucción

Alberto Núñez Feijóo se presenta hoy a la solemne sesión de su investidura, atendiendo el encargo del Rey y su responsabilidad como ganador de las últimas elecciones generales celebradas el pasado 23 de julio.

La democracia es procedimiento y liturgia, y despreciar ambos como ha hecho Sánchez degrada una mercancía delicada que, más allá de intereses políticos y posicionamientos ideológicos, todos deben cuidar.

Y el aspirante socialista no lo ha hecho, lamentablemente. Primero se ahorró la felicitación al vencedor de los comicios, para evitarse la imagen de perdedor que ese gesto de respeto comportaba. Después criticó indirectamente al propio Rey, al atacar reiteradamente a Feijóo por aceptar su encomienda e iniciar negociaciones con otras fuerzas políticas al objeto de conseguir un éxito improbable.

Y por último, con todo desparpajo, se presentó a sí mismo como supuesto responsable de una inexistente «mayoría social» que le otorgaba, sin más explicaciones, la condición de presidente in péctore de un nuevo Gobierno «progresista».

La falta de respeto a las instituciones y la degradación de las normas siempre fueron señas de identidad de Sánchez, pero han alcanzado su cénit desde que fue derrotado, de manera clara, por un aspirante a la Presidencia en su primera liza electoral: Feijóo ganó, gobierne o no, algo que no logró ninguno de sus antecesores en el PP.

Eso no le valdrá, salvo sorpresa inesperada, para llegar a la Moncloa, por el empecinamiento frentista del PSOE y la imposibilidad de contar con partidos separatistas que completen los 176 votos necesarios. Pero sí servirá para retratar la existencia de una sólida alternativa y para pergeñar la naturaleza de la grosera opción que intenta encabezar su rival socialista.

Feijóo podría lograr los dos diputados que le faltan igualando o mejorando la subasta emprendida a la desesperada por Sánchez, pero eso sería a costa de la dignidad del puesto y de la genealogía del encargo recibido por los electores: consolidar la estabilidad constitucional de España y librarla de la minoría rupturista a la que, sin embargo, el socialista se ha aferrado.

Que el independentismo desafíe a España es un ritual ya histórico que, desde finales del siglo XIX hasta nuestro tiempo, ha sufrido el Estado con tanta constancia como ineficacia. Pero que alguien piense siquiera en acceder a la gobernación del país gracias al respaldo interesado de esas fuerzas, es negligente y suicida.

Por eso, si Feijóo no logra su objetivo y Sánchez persiste en intentarlo él, ha de visualizarse una respuesta coral de la sociedad española, de sus instituciones y de las propias Cortes a ese desmán. Los propios diputados socialistas están interpelados por la historia y han de elegir entre atender los caprichos de Sánchez o las necesidades de su patria.

Por mucho que les presione el actual PSOE, no debería costarles nada evitar la investidura de su jefe de filas, apelando a su propia responsabilidad, a su conciencia y al amparo intelectual que les han otorgado leyendas de su partido como Felipe González, Alfonso Guerra o Nicolás Redondo, entre tantos.

Tal vez los diputados socialistas no puedan plantearse respaldar a Feijóo de manera directa, pero no hay razón objetiva que no les permita negarse a investir a Sánchez, con sólidos argumentos políticos, éticos y constitucionales y forzar una repetición electoral que aclare definitivamente si España se entrega a un proyecto rupturista o, por el contrario, reacciona democráticamente en legítima defensa.