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Editorial

No se puede gobernar España y despreciar a Israel

Es inadmisible que parte del Gobierno de Sánchez desprecie a Israel y siga formando parte del Ejecutivo

El brutal ataque de Hamás a Israel puede y debe ser considerado uno de los mayores atentados terroristas de la historia. Por la cantidad de víctimas, la naturaleza de las mismas, el modus operandi desplegado y la intención final.

No puede haber equidistancias ni comparaciones entre la magnitud salvaje de la acción terrorista y la legítima respuesta del Gobierno israelí, por mucha compasión que suscite la población civil de Palestina, utilizada como escudo humano por la variopinta colección de extremismos que operan en Gaza y Cisjordania, prolongando el aislamiento y la miseria de sus habitantes.

Israel, además de un Estado legal y legítimo que nació de las cenizas del pavoroso Holocausto con todos los pronunciamientos a favor de las Naciones Unidas, es una avanzadilla en el rincón del mundo donde más se conspira contra la civilización occidental, asumiendo una responsabilidad impagable y en beneficio de todos.

Por todo ello resulta indignante la reacción de determinadas fuerzas políticas españolas, insensibles ante el horror sufrido por la población civil hebrea y, por contra, dispuestas a blanquear el totalitarismo yihadista que impulsa a los enemigos de Israel.

Si eso es grave en sí mismo, alcanza una categoría indecente al formar parte del Gobierno de España, cuya posición de respaldo a Israel queda en entredicho por la inclusión en su seno de dirigentes como Yolanda Díaz o Ione Belarra, con discursos antisemitas y un relato propalestino que, en la práctica, blanquea al terror.

Pedro Sánchez no puede mantener eternamente el equilibrio entre su discurso atlantista y el de sus socios, siempre posicionados en el peor lugar posible: contra la OTAN, comprensivos con Putin o, ahora, despectivos con Israel.

Y no puede porque, aunque él esté siempre dispuesto a asumir las peores bajezas de sus aliados, la comunidad internacional toma nota y coloca a España en el epígrafe de países dignos de menor confianza.

Israel encarna el mismo tipo de visión de la democracia que Europa o Estados Unidos, con sus contradicciones, defectos e incluso excesos. Y cuando es atacado, debemos sentirlo como algo propio.

Porque el fundamentalismo no persigue solo la desaparición de un país vecino incómodo, sino también la destrucción de los valores que encarna de libertad, derecho, igualdad y soberanía. Y esos son los valores de todos y, por ello, todos se deben sentir concernidos por el futuro de Israel, que es de algún modo el nuestro.