Natalidad, un debate a vida o muerte
El Ayuntamiento de Madrid y El Debate celebran una jornada sobre el gran asunto de la humanidad
Seguramente la natalidad es, junto a la sequía, uno de los grandes problemas inmediatos a los que se enfrenta la humanidad, ante la indiferencia de unos poderes públicos a menudo enfrascados en debates estériles, cortoplacistas, artificiales y centrados en sus intereses gremiales.
Los datos son espeluznantes, se miren por donde se miren. En España, por segundo año consecutivo, muere más gente de la que nace, con un desplome abrumador de las cifras de alumbramiento: en 2008 venían al mundo en España 519.000 bebés; hoy no llegan a los 300.000, con una tendencia escalofriante a la baja.
Todo ello se agrava con la apuesta gubernamental por la cultura de la muerte, resumida en otra estadística indecente: cada año se practican en España cerca de 100.000 abortos, con el impulso de partidos que consideran moderno cancelar vidas, perseguir a los activistas pacíficos por rezar e incluso imponer la sonrojante teoría de que la maternidad no es del todo compatible con el desarrollo pleno de la mujer.
La realidad es bien distinta. Los niños son necesarios para culminar un proyecto de familia, que es el epicentro de una sociedad sana y su gran garantía de futuro.
Y son indispensables, además, para mantener y revitalizar la pirámide poblacional, cuya salud es indispensable para sostener el estado de bienestar, clave de todas las aspiraciones de los ciudadanos.
Por eso son importantes jornadas como las que hoy celebran el Ayuntamiento de Madrid y El Debate, destinadas a reflexionar sobre qué esfuerzos y políticas han de implantarse; que lo importante sea también lo urgente en la agenda pública.
El alcalde, José Luis Martínez Almeida, junto a Alfonso Bullón de Mendoza y Bieito Rubido, editor y director de esta cabecera, disertará junto a otros ilustres invitados sobre un asunto en el que, simplemente, nos jugamos la vida.
El reto es encontrar la manera de conciliar y procrear; de poner de moda algo tan rabiosamente moderno como la paternidad y de alcanzar un pacto en el que todos los agentes compartan el objetivo y repartan el esfuerzo.
Y no puede aplazarse, mientras la sociedad colapsa su tiempo de reflexión en nimiedades interesadas y objetivos desnortados, sumida en una galopante falta de valores que explica tantos males del presente.