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Editorial

España se decide en Galicia

Ni la región ni el país se pueden permitir que una marca hermanada con Bildu gobierne.

Los casi 2,7 millones de gallegos con derecho a voto este domingo elegirán, técnicamente, los 75 diputados de su parlamento regional y, a partir de ellos, al presidente de la Xunta de Galicia, en manos del PP históricamente, con contadas excepciones del PSOE y de éste con los independentistas del BNG, ninguna de gran recuerdo.

Pero aunque formalmente eso es lo que deciden, el contexto político nacional otorga a estos comicios una relevancia inédita, con ecos estruendosos para el conjunto de España de los que los gallegos han de ser conscientes.

La clave autonómica debe pesar y siempre pesa en Galicia, con una identidad cultural tan particular como la de vascos o catalanes pero, felizmente entendida como una prueba de la longevidad histórica de España, y no de la coexistencia en ella de naciones sin Estado sometidas a un falso centralismo.

Harán bien los gallegos, pues, en conocer y exigir respuestas a sus problemas específicos, entre los cuales el futuro del campo, del mar y de la industria; el mercado laboral o el desarrollo de una marca propia insuficientemente aprovechada para progresar son, sin duda, relevantes.

Pero es evidente que si prospera un Gobierno de coalición entre el nacionalista Bloque y su lamentable muleta, un PSOE venido a menos que se conforma ya con ser el triste apoyo de cualquier formación hispanófoba, Galicia se sumará trágicamente a ese eje nacionalista hegemónico en el País Vasco y Cataluña que desafía la misma existencia de la España constitucional.

Y si gobiernos de ese color lo hacen ya de antemano, nunca como ahora tienen tan sencillo avanzar. Porque Pedro Sánchez depende de los partidos que los conforman y ha demostrado, sobradamente, que está dispuesto a las mayores y peores concesiones con tal de proseguir en La Moncloa.

Para España sería trágico que un partido hermanado con Bildu y ERC, con los que comparte incluso candidatura futura en las Elecciones Europeas, trasladara a Galicia el mismo modus operandi político que ellas; transformando la riqueza gallega en una coartada para la ruptura que también crece, poco a poco, en Navarra.

Pero también sería una lástima para los propios gallegos, que se sumergirían en la misma regresión que el nacionalismo ha llevado allá donde gobierna: Cataluña ha dejado de ser líder en muchos ámbitos que tradicionalmente encabezaba y ha sufrido una fractura social incompatible con el espíritu de convivencia que debe mover a los representantes públicos.

Que Galicia se despeñara por esa senda suicida condenaría a la Comunidad a un retroceso peligroso. Y supondría un problema añadido para una España amenazada por unas minorías irrelevantes, a las que solo el irresponsable líder del PSOE confiere un poder que no tienen. Los gallegos, que siempre han presumido de su país y han demostrado la espléndida compatibilidad entre una identidad regional y otra nacional, deciden más que nunca, pues. Y es de desear que lo hagan con el «sentidiño» que siempre han demostrado.