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Editorial

¿Qué fondos capta Begoña Gómez y cuál es su beneficio?

Pedro Sánchez debe explicar con urgencia la actividad de su esposa y los beneficios que pueda haberle reportado a él mismo y su familia

Las revelaciones de El Debate sobre el origen de la «cátedra» regalada a Begoña Gómez, su falta de control interno, sus actividades e incluso los beneficios directos que le reportaron a la esposa del presidente legitiman, negro sobre blanco y con documentación oficial, las ya aparatosas sospechas vigentes hasta ahora sobre el matrimonio presidencial.

Que ya eran legítimas y sólidas, desde el momento en que trascendió la decisión del jefe del Ejecutivo de rescatar con dinero público, hasta mil millones entre ayudas y créditos, a una empresa que previamente había mantenido tratos comerciales con su pareja.

Solo eso es suficiente para que, en lugar de hacerse el ofendido y contraatacar con una obscena campaña de persecución a sus rivales políticos y a los escasos medios de comunicación críticos, diera explicaciones públicas muy precisas y documentadas, capaces de disipar la sensación de que Gómez se aprovechaba de su posición para obtener beneficios a cambio de recompensas públicas concedidas por su marido.

Hacerse esa pregunta, en una democracia plena, no equivale a condenar a nadie. Pero evitar responderla, con una insólita agresividad, sí supone despreciar el pilar básico de un Estado de derecho, en el que la rendición de cuentas no supone asumir una culpa, sino despejarla con inmediatez y transparencia.

Pero es que hay más. Tal y como ha demostrado El Debate, Gómez fue designada para un puesto académico sin ningún tipo de mérito documentado, sin una supervisión razonable y, sin embargo, con una especie de habilitación formal para operar, precisamente, en el campo de la captación de fondos públicos.

Da igual cuál fuera la naturaleza de sus acuerdos y la labor de sus clientes: el mero hecho de actuar en un ámbito condicionado por las decisiones del Gobierno ya es inaceptable, pues supone vincular el beneficio personal al visto bueno de un alto cargo, el mismísimo presidente, que también se lucraría de algún modo de su propia postura.

Sobre Gómez pesan demasiadas sombras, y ninguna de ellas se disipa apelando a una probidad que, en estos ámbitos, debe demostrarse. En todos los casos, pero especialmente en aquellos que, como Sánchez, ondearon la bandera de la transparencia y la decencia para alcanzar el poder, en nombre de una regeneración inaplazable que compensara la falta de legitimación electoral para llegar a su meta.

Sánchez debe dejar de lanzar bulos sobre la esposa de Feijóo y de utilizar herramientas del Estado para acosar a Ayuso magnificando los problemas fiscales privados de su pareja y atender, sin dilación, sus propias obligaciones: aclarar si él mismo se ha beneficiado de la extravagante promoción personal y profesional de su mujer, siempre al calor de sus propias responsabilidades, cuando no de sus decisiones directas.

Resulta escandaloso, sin más, que Gómez se dedique a explorar la captación de fondos cuando es su pareja quien los concede, y que lo haga desde una cátedra forzada y artificial que no puede ni ser ni parecer una pantalla para disimular a duras penas sus verdaderas intenciones.