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Editorial

Dignidad infinita

La persona humana es una imagen indeleble de Dios. De ahí procede su dignidad, que no puede ser equiparada a la de ningún otro ser vivo. Cristo constituye la plenitud de la dignidad. El fundamento de la dignidad infinita es el amor infinito

La Congregación para la Doctrina de la Fe, con la aprobación del Papa Francisco, ha publicado un documento muy relevante y clarificador titulado Dignitas infinita. La expresión procede de san Juan Pablo II. En él se abordan algunos asuntos decisivos y en parte controvertidos de la moral. El texto califica como «inaceptables» las ideologías que separan género y sexo. Pero no se limita a estas cuestiones. La idea de la dignidad infinita de la persona humana es uno de los pilares fundamentales de nuestra civilización y encuentra sus raíces en la antigüedad clásica, en la tradición bíblica y, especialmente, en el pensamiento cristiano.

El primado de la dignidad inherente de la persona humana fue reconocido por la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la Asamblea General de Naciones Unidas. Pero la dignidad humana no puede reducirse a una mera expresión que cada cual interpreta a su antojo. Su verdadero fundamento es religioso. El Génesis proclama la decisión de Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Y añade: «Varón y mujer los creó». La diferencia sexual es un designio de Dios, no una arbitraria decisión humana.

La persona humana es una imagen indeleble de Dios. De ahí procede su dignidad, que no puede ser equiparada a la de ningún otro ser vivo. Cristo constituye la plenitud de la dignidad. El fundamento de la dignidad infinita es el amor infinito. Constituye el fundamento de los derechos y deberes humanos. La libertad es un ingrediente esencial de ella.

Una vez expuesto el concepto y el fundamento de la dignidad el documento analiza algunas de las violaciones más graves que se cometen en nuestro tiempo contra ella: el drama de la pobreza, la guerra, las condiciones de trabajo de los emigrantes, la trata de personas, los abusos sexuales, las violencias contra las mujeres, el aborto, la maternidad subrogada, la eutanasia y el suicidio asistido, el descarte de las personas con discapacidad, la teoría de género, el cambio de sexo y la violencia digital. Las amenazas son muchas y graves. Probablemente la atención pública se centre más en la maternidad subrogada, la ideología de género y el cambio de sexo. Quizá porque se trate de las más recientes y que han suscitado viva polémica. Estos errores morales se sustentan en una equivocada concepción de la persona y su dignidad. Todo ser humano es un fin en sí mismo, cualquiera que sea el estado de su salud o de sus capacidades intelectuales y físicas, y nunca puede ser tratado como medio. Toda persona tiene valor, pero ninguna tiene precio. Otro error procede de la consideración del libre desarrollo de la personalidad como un bien absoluto por encima del orden moral, así como de la negación del respeto al propio cuerpo.

Es falsa la atribución a la antropología cristiana de una devaluación de la realidad del cuerpo. El hombre no es solo su alma, ni el cuerpo es cárcel del alma. No hay hombre sin realidad corporal. La corporalidad es parte esencial de la personalidad. El hombre es un ser esencialmente sexuado. La resurrección es del hombre completo, no solo de su alma. Especialmente contundente resulta la argumentación contra la ideología de género que, bajo el pretexto de la garantía de unos presuntos «nuevos derechos», niega la dignidad del cuerpo, la diferenciación sexual, y defiende la separación entre sexo y género. La ideología de género entraña una grave forma de «colonización ideológica». No es posible el respeto de la ley moral sin el reconocimiento de la realidad, de la verdad.

En conclusión, no es posible la dignidad humana sin la aceptación de que la vida es un don de Dios, indisponible para el hombre, que debe ser aceptado con gratitud y puesto al servicio del bien.