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Editorial

Con Israel, siempre, a pesar de Sánchez

Que España encabece la criminalización de Israel añade otro despropósito internacional a los desastres domésticos del presidente

Pedro Sánchez ha decidido encargarse personalmente de la tarea de lograr que Europa apoye la creación de un Estado palestino, en una misión que nadie le ha encomendado, no solventaría el problema principal con el fundamentalismo y además resulta casi indignante viendo cómo, en su propio país, él mismo contribuye a diluir su identidad nacional.

Seguramente todo obedece, como en tantas otras ocasiones, a su necesidad de fugarse de la realidad nacional, marcada por la corrupción del PSOE, los problemas de su mujer, los chantajes de sus socios y el enfrentamiento feroz con el resto de poderes del Estado.

Pero, aunque ése sea el primer objetivo, lo cierto es que su gira por Noruega, Bélgica, Irlanda o Eslovenia, que no incluye las plazas decisivas de Francia y Alemania, ayuda a consolidar la idea falaz de que el problema en Oriente procede de la actitud de Israel y no del yihadismo.

Y eso no solo es falso, sino que además es dañino para los intereses europeos. Porque Israel, no hay que engañarse, es la primera línea de defensa ante un enemigo radicalizado que, simplemente, reniega de Occidente y busca su desaparición, en términos de valores, derechos, libertades, creencias e identidad.

No entender esa evidencia y presentar los evidentes horrores que provoca una guerra como una excusa para deslegitimar a Israel y humanizar al terrorismo que le asedia, equivale en la práctica a facilitar los planes colonizadores del yihadismo, tan claros e inhumanos como difíciles de reprimir sin una respuesta conjunta de Europa.

Sánchez, cuyo desprecio a Netanyahu ya le hizo acreedor de una vergonzosa felicitación de Hamás, debe saber bien que el gran problema no es el reconocimiento de Palestina, que sería asumido por la comunidad internacional sin mayores problemas en determinadas circunstancias, sino la supervivencia de Israel, que es la cabeza de puente occidental en el infierno de Oriente.

Porque es ese papel, que asume con sacrificio, el que quieren eliminar las distintas facciones del fundamentalismo, todas ellas alineadas de algún modo con el régimen de los ayatolás de Irán, el verdadero padrino de Hamás, Hizbulá, el Estado Islámico y todos los movimientos feroces que operan allí y dentro de nuestras fronteras.

No sobra insistirle a Israel en la necesidad de hacer compatible una defensa férrea de sus intereses, que son los nuestros, con un cuidado máximo por los derechos humanos; siempre y cuando se haga desde la complicidad y lealtad recíproca.

Hacerlo desde la burda criminalización, asumiendo el relato del yihadismo y transformando a la víctima en verdugo, es inaceptable. Y que sea el presidente del Gobierno de España quien más esfuerzos le está dedicando a esa innoble tarea, resulta desolador.

España, y Europa entera, han de estar con Israel, un país hermanado por los valores democráticos que se sitúa bajo la línea de fuego feroz de una amenaza integrista mundial y ejerce de guardián de los mejores valores alumbrados por la humanidad, hoy amenazados por Hamás y todas las sucursales del islamismo extremo. No nos equivoquemos de enemigo, y menos en un país que ha sufrido, en Madrid y en Barcelona, el zarpazo del horror.

El líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, le ha recordado todo esto y más al irresponsable jefe del Gobierno, añadiendo otro ejemplo sangrante de su errática diplomacia internacional: sus volantazos con Marruecos, visibles justo a continuación de que su teléfono fuera espiado.

Es otro episodio más de la improvisación habitual de Sánchez, trufada de un insoportable uso de la agenda internacional para huir de los estragos que él mismo provoca en casa.