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Editorial

Sánchez destroza la posición internacional de España

Sus devaneos con Marruecos, Venezuela, Hamás o hasta Irán debilitan sobremanera los intereses nacionales.

La tibia y demorada reacción de Pedro Sánchez al ataque de Irán a Israel avergüenza a España, la coloca cerca del lado equivocado y demuestra la desastrosa política internacional del Gobierno, sustentada casi en exclusiva en los intereses partidistas de un líder sin brújula.

La diplomacia en un asunto de Estado, que se sustenta en el pacto entre el Ejecutivo y la oposición, se libra de vaivenes y se estructura con una posición fiable, sólida, estable a largo plazo y previsible para el conjunto de la comunidad internacional.

Justo lo contrario de lo que hace Sánchez, capaz de organizar una cumbre de la OTAN mientras gobierna con partidos contrarios a la organización atlántica para, apenas un año después, situarse más cerca de Hamás que de Israel con la excusa del terrible conflicto en Gaza. Algo que, puestos a sensibilizarse con pueblos denostados, podía haber practicado con el Sáhara, entregado sin embargo a Marruecos en una decisión personalísima plagada de sombras.

Que Sánchez se conceda ahora a sí mismo el liderazgo internacional en la causa palestina, para huir de sus problemas domésticos y a la vez para fabricarse una imagen global ciertamente patética, solo sirve para engañarse a él y a sus seguidores más acríticos, convencidos de la falacia de que es un dirigente escuchado y seguido en el mundo.

Lo cierto es que no tiene una hoja de ruta clara en Europa y mucho menos más allá de sus fronteras: lo mismo entrega el Sáhara a Marruecos que se posiciona contra Israel con el pretexto de Gaza. O se presenta como adalid de la Europa del siglo XXI y a la vez, con sonrojante desparpajo, se sitúa más cerca de Venezuela que de las democracias occidentales.

La coincidencia entre su «gira palestina» y el ataque de Irán a Israel le deja en evidencia, sin duda, pero también coloca a España en una situación muy delicada: no se puede presumir de locomotora de los valores occidentales y a la vez, en nombre de un humanitarismo de cartón piedra, acercarse de facto a los regímenes más próximos a Hamás o Hizbulá, con sedes en Teherán, Moscú o Pekín.

La arrogancia de adjudicarse a sí mismo la vieja idea de la convivencia de dos Estados, uno judío y otro palestino, apenas camufla su inconsistencia internacional, y resulta escasamente acorde con los tiempos que corren: con el integrismo dispuesto a dar más pasos en su deseo ancestral de acabar con el «Occidente inmoral», con repiten los ayatolás iraníes, no tener clara la posición y no ser contundente a la hora de defenderla, es una ignominia que retrata a Sánchez, desde luego. Pero también dramáticamente a España.