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Editorial

España se juega su futuro en las Elecciones Europeas

Solo un resultado demoledor contra Sánchez garantizaría la supervivencia del Estado de derecho y de la imagen internacional de España

España se enfrenta a unas elecciones europeas trascendentales, quizá como nunca antes, por la desasosegante combinación de estropicios domésticos e internacionales causados por el negligente presidente del Gobierno y su sonrojante Gobierno.

Para empezar, Pedro Sánchez ha convertido la cita electoral en una especie de plebiscito sobre su persona y en la práctica sobre Begoña Gómez y su familia, afectados por un rosario de escándalos injustificables e injustificados.

Las sospechas que pesan sobre su esposa, cada día más sólidas, son objeto de investigación en un juzgado de Madrid y en la propia Fiscalía Europea, a lo que hay que añadir las dudas que suscita el repentino enriquecimiento de su hermano, beneficiario de un puesto de trabajo en la Administración Pública y empadronado en Portugal para, cuando menos, pagar menos impuestos.

Ante todo ello, la reacción del líder socialista ha sido la opuesta a la exigible, que es dar explicaciones detalladas y convincentes, si acaso se tienen: en su lugar, ha lanzado una indecorosa ofensiva contra la Justicia y la prensa, coronada por un bochornoso aquelarre público de exaltación de la imputada que, en la práctica, le hace cómplice o coautor de los excesos que haya podido cometer.

Y que, tengan o no consecuencias penales, son ya evidentes e incompatibles con el cargo de su marido: la pareja de un presidente no puede ser beneficiaria de una «cátedra» en una universidad pública; no puede especializarla en el universo de los fondos públicos; no puede asociarla a clientes, patrocinadores o socios cuyos intereses dependen de decisiones del Gobierno y no puede, en fin, tener actividades económicas, comerciales o de toda índole vinculadas de algún modo a la Presidencia del Gobierno.

Pretender transformar una cita electoral en una especie de amnistía o indulto de esos comportamientos, amén de en una legitimación de la escalada agresiva contra la independencia judicial o informativa no solo es un despropósito, sino también un atentado contra los pilares de la democracia que los votantes han de tener en cuenta.

Porque Sánchez no va a dudar en explotar un eventual resultado aceptable como una especie de cheque en blanco con el que garantizarse impunidad e inmunidad para sí mismo y coacción y represión para quienes no acepten esa deriva autoritaria.

Si los asuntos locales son suficientes para desear una respuesta en su contra de las urnas, los internacionales no se quedan precisamente a la zaga. Su insólita adhesión a la denuncia de Sudáfrica contra Israel, por genocidio, remata una política exterior sometida a los caprichos y necesidades personales y partidistas de Sánchez, y nunca a los intereses globales de España.

Agredir así al Estado hebreo, que es una avanzadilla de Occidente en el rincón más delicado del planeta, es una irresponsabilidad de profundas consecuencias, tanto como reconocer a Palestina de manera unilateral, al margen de la Unión Europea y con la única intención de robarle votos a la izquierda radical y desviar la atención sobre sus penalidades personales.

Es la misma línea caótica que ha llevado al Gobierno a desatar un conflicto innecesario con Argentina y otro con Argelia, o a modificar el estatus de España en el Sáhara, en favor de Marruecos, justo después de que Sánchez sufriera un misterioso episodio de espionaje en su móvil personal.

La diplomacia es un asunto estructural y de Estado, alejada de trincheras políticas, que perfila el papel de un país serio ante la comunidad internacional. Y se basa en la estabilidad, el rigor y el consenso, tres virtudes sepultadas por los caprichos de un presidente inconsciente, ejecutados por un lamentable ministro de Asuntos Exteriores.

Con ese paisaje, refrendar a Sánchez en las urnas abrirá una caja de truenos en todos los órdenes: se degradará la democracia, se hundirá el prestigio exterior de España y, sin duda, se alejará al país de Bruselas para acercarlo al siniestro Grupo de Puebla, verdadero inspirador de la agenda internacional de un dirigente definitivamente arrojado a los brazos del populismo.

Los españoles, por ello, deben movilizarse, superando toda pereza y llenando de votos las urnas: es el único antídoto a mano, bien sencillo de utilizar, para frenar el deterioro que vivimos antes de que sea irreversible.