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Editorial

El abandono de Biden y el fracaso demócrata

Es difícil encontrar un caso similar de gestión tan nefasta de una crisis evidente que acerca la victoria de Trump

El abandono de Biden, formalmente voluntario pero inducido por una presión sin precedentes de su propio partido, evidencia la torpe gestión por parte de los demócratas de un problema que ya era conocido y han intentado tapar, a duras penas, en una confusa ceremonia con un final trágico para sus aspiraciones.

Carecer de candidato a 106 días de las elecciones, convertir al aspirante en uno de los ocho casos en toda la historia que renuncian a la reelección y perder la ventaja que siempre da comparecer ante las urnas desde la Casa Blanca conforma un demoledor paisaje que parece entregar una victoria aplastante al resistente, polémico y en todo caso sagaz Donald Trump.

Porque no parece probable que el relevo de Biden, destrozado por sus limitaciones pero también por la implacable maquinaria de intereses que rodean a su partido, esté en condiciones de rivalizar con un aspirante que ya gobernó, ha logrado un cerrado apoyo de los republicanos y tiene a su favor la ola de popularidad suscitada por el atentado sufrido hace unos días, entre clamorosas dudas sobre la eficacia del servicio de seguridad.

Solo Michelle Obama, la gran tapada de los demócratas, podría disputarle el triunfo a Trump, aunque, en unas elecciones tan complejas por su enrevesado sistema electoral, nadie debe dar por seguro ningún resultado: las victorias y derrotas de Trump en el pasado son la mejor prueba de ello.

Pero no parece que la antigua primera dama quiera, pueda o deba dar un paso que, de no salir bien, quemaría el gran cartucho en la recámara de su formación, que quizá la guarda para un nuevo ciclo electoral más benévolo, dentro de cuatro años.

Y eso apuntala las opciones de Kamala Harris, vicepresidenta en ejercicio y garantía de cierta continuidad, para agrado de las sagas demócratas que, como los Obama o los Clinton, mantienen intacta su influencia y ascendencia sobre los patrocinadores de las campañas, decisivos también en la salida de Biden.

Su escasa popularidad, sus clamorosos errores en las materias encomendadas por Biden, tan delicadas como la inmigración y las reformas electorales, y su propia actitud personal, entre nerviosa y arrogante, no perfilan un cartel precisamente atractivo para los electores; aunque a su favor juega la posible movilización excitada por un contrincante amado y odiado a partes iguales.

No parece, en todo caso, muy inteligente la gestión general de los demócratas, incapaces de reaccionar en tiempo y formas a un desafío doméstico y global de primera magnitud. Porque si Estados Unidos se juega mucho en sus propias fronteras, con problemas económicos, sociales y existenciales muy profundos; también lo hace en el tablero internacional, con China disputándole claramente la hegemonía global para mucho tiempo.

Que en ese escenario no hayan sabido actuar con prontitud, diligencia y altura, exponiendo a su presidente a un oprobio público innecesario, dice mucho y nada bueno de la poderosa maquinaria demócrata, perdida en sus propios laberintos.