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Editorial

La indigna actitud de Albares con Venezuela

Zapatero es el síntoma de una enfermedad peor: la complicidad del Gobierno con un régimen siniestro

El ministro de Asuntos Exteriores compareció ayer, forzado por la oposición, para dar explicaciones sobre la indigna actitud del expresidente Zapatero con Venezuela, plagada de sombras, silencios y complicidades con el cruel autócrata Maduro.

Sus palabras solo sirvieron para constatar que el propio Gobierno de España se alinea con la posición del predecesor de Sánchez en el PSOE: lejos de criticar su alineamiento con una dictadura cruel, capaz de falsear unas elecciones y de perseguir a la oposición y a la sociedad civil que exigen democracia, defendió su papel e incluso llegó a agradecerlo.

Todo ello sin dar ninguna explicación sobre la naturaleza de sus gestiones y mucho menos de sus resultados, en todo caso bien visibles: Maduro encuentra en personajes como Zapatero un pretexto para legitimar su posición, que no es otra que la de conculcar el dictamen de las urnas con un descaro intolerable y un objetivo siniestro, el de eternizarse en el poder.

España se sitúa así, gracias a Sánchez y muy particularmente de su lamentable jefe de la diplomacia, más cerca de un régimen represor que de la sociedad venezolana. Y más próxima a las andanzas políticas y quizá económicas de un expresidente indigno que de una sociedad clamando por su libertad.

Porque, en estas circunstancias, todo lo que no sea reconocer el resultado real de los comicios, defender la victoria de la oposición y exigir el relevo del sátrapa equivale, sin duda, a avalar un «pucherazo» y transigir con la permanencia de su promotor, capaz ya de sofocar con violencia la resistencia civil democrática a sus abusos.

Pero Albares no habla en su nombre, por tristes que sean sus palabras, sino en las de su jefe directo, silente en su retiro vacacional ante una crisis en la que la voz de España debiera ser la del liderazgo en la tarea de deponer a Maduro y acabar, de una vez, con el chavismo.

Aquí ya estamos acostumbrados a que el líder del PSOE despache los peores episodios domésticos con un silencio intolerable y una negativa a rendir cuentas que, en la práctica, denigra uno de los pilares esenciales de un régimen democrático: dar explicaciones públicas sobre todo aquello que pone en duda el comportamiento de quienes ostentan el poder, por definición limitado y temporal.

Extender esa actitud a un ámbito tan sensible como el de los derechos humanos en el ámbito internacional, en un espacio tan delicado como Venezuela, no es solo un traspiés inadmisible: es también la constatación del extravagante lugar que ocupa España en el concierto internacional, más cercano al de países como Rusia, China o Irán que al de Europa o los Estados Unidos.

Porque son esos tres países quienes más interés están poniendo en perpetuar a Maduro a toda costa. Y aunque España no se expresa en esos términos tan rotundos, su deplorable equidistancia le acerca a un espacio ajeno a los intereses nacionales, la decencia elemental y la fiabilidad geopolítica exigible.

Zapatero es un terrible síntoma, pero la enfermedad es peor y tiene por responsable al presidente de un Gobierno trufado de radicales y encabezado por el mayor de todos ellos.