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Editorial

¿A qué va Sánchez a África?

El Gobierno falla en su política migratoria, consistente en repartir el problema sin un plan global solvente

La indiferencia del Gobierno ante el fenómeno migratorio, una oportunidad si se gestiona con seriedad y un mayúsculo problema si se abandona a su suerte, se resume bien en su estrambótica gira por África, que le llevará por tres países distintos mientras en España carece de interlocución con las comunidades autónomas, damnificadas por sus erráticas políticas en este campo.

Que esté veraneando en las Islas Canarias, en un suntuoso palacio que el Rey Juan Carlos cedió a Patrimonio del Estado tras recibirlo como regalo de Hussein de Jordania, y que apenas haya hecho un pequeño hueco en su agenda para su presidente autonómico, lo dice todo al respecto de su insensibilidad e improvisación, proverbiales por otro lado en cualquier ámbito público.

Lo sustantivo es que, con él en el Gobierno, la inmigración irregular se ha disparado hasta cifras insoportables, con crecimientos superiores al 80 % y una tendencia al alza simplemente insoportable: solo Grecia sufre una situación parecida, que otros países como Italia han logrado detener con éxito y sin menoscabo de los derechos humanos.

Porque no hay que engañarse al respecto: el pretexto humanitario es una justificación para la simple incompetencia, que además trata de esconder los pavorosos efectos humanitarios de carecer de una política activa, práctica y reconocible.

Nada tiene de humano alimentar a las mafias de la trata de personas, auténticas beneficiarias de los traslados masivos en embarcaciones a motor o miserables cayucos. Ni tampoco lo tiene incentivar los viajes suicidas, saldados con una mortalidad en el mar que bate todos los registros conocidos.

E incluso es contraproducente, cuando no indigno, acoger a miles de personas en centros insostenibles, sin otro plan que permanecer en ellos de manera indefinida, con todas las salidas laborales y económicas cortocircuitadas.

A todo ello, que daña a los inmigrantes, se le suma el impacto que tiene en las sociedades de acogida, de repente desbordadas por masas ingentes de nuevos vecinos a los que se les niega, en realidad, la posibilidad de alcanzar la ciudadanía por las barreras legales, culturales y económicas existentes.

Sánchez no puede seguir mirando para otro lado, ni limitar toda su política a una barra libre inaceptable, sin otra respuesta que trasladar el problema a regiones y municipios convertidos en simples testigos de decisiones ajenas.

Marcharse a África sin saber exactamente para qué, repitiendo viajes igual de inútiles del pasado, parece más un acto lúdico que el primer paso para establecer una política migratoria solvente, con respuestas locales claras insertas en una dinámica europea que, más allá del papel, tampoco parece saber cómo afrontar uno de los grandes desafíos del momento.