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editorial

Una legislatura agotada

Sánchez solo tiene un camino ya: disolver las Cámaras, convocar elecciones y acabar con este delirio

No existe ninguna razón objetiva y constructiva para que el Gobierno permanezca y la legislatura prosiga, como la ha habido nunca para que Pedro Sánchez, alcanzara por las bravas el poder desde 2018: el medio, que es alcanzar la Presidencia para desarrollar un proyecto, ha sido siempre el fin en sí mismo para el negligente líder socialista.

Y ese deterioro de origen, consistente en alcanzar a cualquier precio un cargo que debe nacer del sincero respaldo de los ciudadanos y no de los cambalaches espurios entre fuerzas políticas con ideas incompatibles con la Constitución, explica el putrefacto panorama vigente ahora.

Porque así hay que calificar al obsceno mercadeo con un líder fugado al extranjero para esquivar a la Justicia del que, gracias al PSOE, dependen, sin embargo, desde la investidura del presidente hasta la aprobación de los Presupuestos: estar intervenido por Puigdemont es una indecencia que Sánchez asume, desde su ancha tolerancia al abuso, y pretende hacer pasar por normal.

No lo es negociar la propia existencia de un Gobierno y el normal funcionamiento de las instituciones fuera de España. Y no lo es, desde luego, incluir en ese impúdico cambalache los intereses nacionales, subordinados siempre a las exigencias de un prófugo y a las necesidades personalísimas de quien le concede, sorprendentemente, la última palabra sobre todo aquello que afecta a la estructura de un país al que quiere demoler.

La degradación ética, estética y política que Sánchez ha implantado, consistente en defender y hacer lo uno o lo contrario en función de sus urgencias egoístas, no sale gratis: aplazar la aprobación del techo de gasto, indispensable para aprobar unos Presupuestos; reformar el Código Penal al dictado de los delincuentes; deformar el ordenamiento jurídico para encajar como sea una ley de amnistía que es inconstitucional o destrozar la unidad de la Agencia Tributaria para impulsar un paraíso fiscal en Cataluña son algunos de los infames peajes que España ya está pagando para que Pedro Sánchez se compre un puesto que los ciudadanos no le dieron.

Porque cada chantaje es siempre sucedido por otro peor que pone en vilo la estabilidad institucional de España, refuerza los delirios de quienes no quieren su simple supervivencia y refuerza el catálogo de herramientas destructivas de la nación, con la complicidad hiriente de quien debía frenar todos esos desafíos y no alimentarlos por su mera supervivencia.

La legislatura que nunca debió arrancar en esas condiciones tampoco puede seguir así, so pena de que el deterioro acabe siendo irrecuperable y la herencia del sanchismo sea insoportable para décadas. No hay «mayoría social» alguna que respalde la aventura kamikaze que encarna el actual presidente del Gobierno, cercado además por casos de corrupción y clientelismo evidentes.

Solo ha habido un apaño aritmético y un negocio siniestro que no puede perdurar más en el tiempo. A Sánchez, si le queda algo de dignidad, solo debe pedírsele un último gesto: que acabe con esta agonía, disuelva las Cámaras y convoque elecciones generales anticipadas, a ser posible con alguien sensato al frente del PSOE que recupere la lealtad institucional a España que él ha pisoteado con sevicia infinita.