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Editorial

Sánchez, sentenciado por el pueblo y escondido tras el Rey

Su huida de Valencia, tras parapetarse en los Reyes, pone fin a su alocada trayectoria, a sus trampas y a su negligencia y le obliga a marcharse

Pedro Sánchez tuvo que huir literalmente de la «zona cero» de la catástrofe meteorológica y humanitaria de la Comunidad Valencia tras ser increpado, con toda la razón, por los extenuados vecinos, abandonados por el Gobierno antes y después de la tragedia.

Que el presidente del Gobierno se intentara parapetar en los Reyes, acudiendo a la hipócrita cita utilizándoles de escudo para minimizar la protesta, solo ha servido para que la propia Casa Real reciba una parte de la indignación creada por la deplorable gestión quien tuvo la máxima responsabilidad antes de los hechos y la tiene después de ellos.

El pueblo valenciano ha sabido ver la infame estrategia de Sánchez que, lejos de actuar con la determinación exigible a alguien con su cargo, ha intentado convertir un drama en una oportunidad política contra su máximo rival, el PP, personificado en la figura de Carlos Mazón pero en realidad dirigido a Alberto Núñez Feijóo.

La ciudadanía ha entendido que la inaceptable imprevisión y la escandalosa falta de auxilio no obedecen a un absurdo dilema competencial, sino a la tristísima decisión del PSOE de intentar convertir la DANA valenciana en otra oportunidad para repetir campañas demagógicas pasadas como la del 11-M o el Prestige. Y no ha colado.

Porque si Sánchez anunció el sábado una movilización histórica de efectivos del Ejército, la Guardia Civil o la Policía Nacional, pudo hacerlo el mismo martes. Como también pudo adoptar el lunes, antes de la hecatombe y con información suficiente para anticiparse, medidas preventivas tan sencillas como evacuar algunos pueblos, instar a quedarse en casa o cerrar el tráfico por carretera.

La burda estrategia de Sánchez, probablemente debida a la necesidad de desviar la atención sobre los problemas judiciales que acorralan a su partido, a su Gobierno y a su familia ha quedado en evidencia con la espléndida reacción de la ciudadanía, movilizada primero para ayudar a sus congéneres abandonados entre cadáveres y falta de víveres; y dispuesta a continuación a expresar públicamente su más que merecido enojo.

Un presidente que no atiende los avisos, no reacciona con los hechos consumados y se limita a intentar sacar partido de un drama, no merece seguir en el cargo: a su flagrante incompetencia, con tintes dolosos, le añade un desprecio público de la sociedad por infinitas razones, todas resumidas en su estampida de un lugar en el que, de haber hecho lo correcto, debió ser recibido con alegría.

Las responsabilidades propias que haya tenido la Generalitat valenciana, más fruto de su ingenuidad que de su mala fe, también merecerán una auditoria. Pero solo a continuación de que un presidente nefasto, inhumano y tahúr pague las suyas propias, en términos de dimisión y tal vez de examen parlamentario y quizá judicial.

La Casa Real no se merecía sufrir la inquina suscitada exclusivamente por Sánchez, pero también debe tomar nota y reflexionar sobre cuál es el límite de sus obligaciones institucionales cuando, en el viaje de asumir la que les dicte La Moncloa, desgasta su impecable crédito.

El desolador panorama de la Comunidad Valenciana, epítome de una gestión global repleta de estragos y sinvergonzonerías, no puede tener en nadie la más mínima complicidad por acción u omisión, so pena de que se pague también una cuenta ajena.