Oriente Medio entre matanzas y guerras de religión
Sería de desear que el islam en sus diversas formulaciones fuera capaz de buscar fórmulas de convivencia y habitabilidad entre sus variados componentes y con los que desde fuera no comparten sus creencias
La huida del presidente sirio Al Assad de la Presidencia dictatorial y mortífera que llevaba ocupando en Damasco desde hacía casi un cuarto de siglo, y la consiguiente desaparición del «sultanato» que en la práctica había mantenido sobre el país su familia durante más de medio siglo, suscita tantos parabienes como interrogantes. Contemplando el deseo de retorno que los millones de sirios exiliados durante las últimas décadas para escapar del mortífero régimen, surge naturalmente un alivio de esperanza, pensando que las vueltas a la perdida patria encarnan aliento y vida para todos los que solo en exilio encontraron una parte de uno y otra. Observando las primeras manifestaciones de los líderes islámicos que han conseguido la expulsión del tirano ofreciendo diálogo y reparación, e incluso una mejor consideración de lo femenino en el conjunto social, alguna viabilidad parece ondear en el horizonte. Y en el plano internacional, sin explorar en demasía los detalles del evento, aparece con claridad una doble y significativa descomposición: la de Rusia y la de Irán que se han visto forzados a interrumpir las relaciones privilegiadas que mantenían con el régimen de Al Assad al verse obligados a reforzar sus propias debilidades como consecuencia de los enfrentamientos en Ucrania de un lado y en el resto del Oriente Medio –Israel, Gaza, Palestina, Líbano– de otro.
Todo lo cual no debe impedir el cuidadoso análisis de los interrogantes que el futuro sirio suscita. ¿Están dispuestos los nuevos y eventuales gobernantes a garantizar un futuro de paz, estabilidad y respeto humano en Siria sin Al Assad? Acciones aéreas americanas e israelíes han comenzado la destrucción del letal arsenal químico que el huido presidente había almacenado en el país. ¿Son los nuevos dirigentes sirios, cuyos antecedentes próximos a las varias formulaciones del terrorismo islamista son bien conocidas, capaces de orientar el futuro del país hacia un esquema previsible y mantenible de respeto y cooperación en las normas básicas del derecho internacional y las correspondientes relaciones? En el bosquejo de una nueva estructura de relación internacional en la zona surge el nombre de Turquía como posible y fructífero intermediario entre los sectores de la zona, en diversas medidas todos seguidores de las diversas y contradictorias fórmulas que el islam predica. ¿Está la Turquía de Erdogan, ese curioso y a su manera poderoso país que de un lado pertenece a la OTAN, de otro no tiene empacho en compartir amistoso dialogo con el post soviético Putin y que nunca ha dejado de aspirar, hasta ahora sin mucho éxito, a convertirse en un nuevo miembro de la Unión Europea, en situación de garantizar un comportamiento razonable para el nuevo islamismo ahora presente en la Siria que Al Assad destrozó? E Israel, para el que la huida de Al Assad abre un cierto margen de positiva maniobra, ¿estaría dispuesto a tomar provecho de las nuevas circunstancias, cesar sus terribles acciones bélicas contra poblaciones palestinas en territorios vecinos como consecuencia de la brutal acción que el terrorismo islámico llevó a cabo hace un año en su propio territorio, y pergeñar una política de pacificación y acercamiento que pusiera la paz regional como objetivo y el reconocimiento de un Estado palestino como parcial solución a todo el complejo y sangriento tramado que desde hace décadas el mundo está contemplando en esa región? Son todas ellas preguntas para las que de momento existen tantos buenos deseos como pocas respuestas.
Y a cuya complejidad cabría añadir un loable y por el momento irrealizable deseo: que el islam en sus diversas formulaciones fuera capaz de buscar fórmulas de convivencia y habitabilidad entre sus variados componentes y con los que desde fuera no comparten sus creencias para progresar en el mundo de la civilización democrática y liberal que desde hace al menos ochenta años ha venido ofreciendo a la raza humana lo mejor que en lo social, en lo político y en lo económico ha conocido desde que la historia comenzó a escribirse. Intentos al respecto no han faltado y oportuno será, por ejemplo, recordar lo que el recientemente fallecido Fetullah Gullen significó al respecto. Creador y dirigente de la formación Hizmet, hoy presente en un amplio número de países, teólogo y predicador islámico, buscó en el amplio campo de su influencia favorecer el entendimiento entre las religiones monoteístas, en un contexto en el que debería prevalecer el respeto a la dignidad y a la libertad de la persona humana fueran cuales fueran sus últimas adhesiones y creencias. Era turco de origen. Y ha muerto en los Estados Unidos de América tras veinticinco años de un forzado exilio. ¿Garantizarán los nuevos dirigentes sirios, y con ellos otros nuevos o antiguos, en el Líbano, Arabia Saudí, Irán, Afganistán, Pakistán o similares, sin olvidar a Turquía, que el ejemplo del exiliado Gullen pueda ser tenido en cuenta en el inmediato futuro para que centenares de millones de ciudadanos en el mundo puedan subsistir en paz sin temor a las consecuencias que puedan derivarse de sus convicciones religiosas o de la falta de las mismas? ¿Y que la malhadada historia de la Siria «assadista» no vuelva nunca a tomar forma? «Insallah», que dicen los clásicos. «Si Dios lo quiere», traducen los literatos. «Que así sea», dicen los seculares.