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editorial

El Rey defiende la España necesaria

Un gran discurso de Felipe VI permite comparar el país que debemos ser con el país que deforma el Gobierno

El Rey ha terminado el año en el mejor momento de su reinado, acechado durante una década de manera directa o sutil por el mismo tipo de política populista y rupturista que representa Pedro Sánchez, aupado e intervenido por quienes solo aspiran a la destrucción del orden constitucional, del que la Corona es su cúspide.

Su imagen de liderazgo en Valencia, tras una catástrofe gestionada inhumanamente como una oportunidad para dañar a su principal adversario político, ha elevado su prestigio y demostrado la utilidad de la Monarquía como espacio de encuentro de los españoles, de refuerzo de la identidad común y de esperanza en una sociedad donde primen la justicia, la igualdad y la solidaridad. No es casual que abriera y cerrara su intervención recordando a las víctimas de la Dana, a quienes la Familia Real ha colocado en el centro de sus desvelos para que la Administración no se olvide de sus múltiples quebrantos.

Todo eso ha aparecido, de manera clara, en su tradicional discurso de Nochebuena, un elegante alegato en favor de una España reconocible, hoy desdibujada por un Gobierno conformado de manera artificial, mediante la suma de factores que sí altera el producto.

Porque el cemento que le une no es el deseo de proponer un proyecto común, sino de atender los intereses de cada parte, a menudo incompatibles entre ellos y desde luego opuestos a la letra y el espíritu de la Carta Magna.

Don Felipe no necesita mencionar a ningún dirigente ni partido concretos para que su mensaje resulte atronador en contraste con el rumbo de La Moncloa: frente a la división, el enfrentamiento, la trampa, el cálculo y la improvisación que caracterizan la hoja de ruta de Sánchez, el Rey propone una España sólida, unida y sustentada en los valores que la relanzaron desde 1978.

La incompatibilidad entre el discurso del Rey y la hoja de ruta cotidiana del líder socialista es tan evidente como de difícil solución a corto plazo, pues el sistema delimita las funciones de cada uno y entrega a los ciudadanos la decisión de quién y cómo toma las decisiones.

Pero sin duda cala un mensaje que, llegado el caso ha de ser un recordatorio a los ciudadanos cuando les toque decantar quién y cómo gobierna un país sometido a una agenda ajena a sus intereses reales y entregado, sin más, a la codicia de los socios de un presidente débil y sin capacidad de maniobra.

Si el Rey demostró en aquel convulso 2017 la utilidad de la Corona, interviniendo de manera decisiva en frenar el golpe institucional perpetrado en Cataluña por los mismos personajes que ahora han puesto a Sánchez al frente del Gobierno, siete años después ha revalidado esa función, encendiendo una luz razonable entre tantas tinieblas.

Referirse a la inmigración, sin esconder los efectos secundarios que tiene, poner el foco en el problema de la vivienda o advertir del convulso momento geopolítico que vive el mundo demuestra un profundo conocimiento de la realidad y ayuda a ordenar las verdaderas prioridades del poder político, a menudo enfangado en miserias partidistas y electorales.

Y apelar a la convivencia y la tolerancia entre distintas ideologías, pero dentro del marcó innegociable de la Constitución, es un buen aviso a todos aquellos que subastan la estabilidad de una Nación que, como recalcó don Felipe, tiene razones de sobra para sentirse orgullosa de su pasado y entender que, desde ahí, escribe su futuro.

El Rey no es de nadie porque la Corona es de todos. Y esa virtud institucional es, en estos tiempos de zozobra, cambalaches y trampas, un dique impagable que conviene reconocer y cuidar.