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Editorial

Las trampas de Sánchez ya no engañan a nadie

El único Pacto de Estado imprescindible es dejar de depender de los socios que ha aceptado el PSOE

La ronda de contactos mantenida por Pedro Sánchez con todos los grupos parlamentarios, incluyendo de manera lamentable a Bildu y excluyendo vergonzosamente a Vox, es la manifestación ostentosa de las dos circunstancias que definen al presidente y a su Gobierno. De un lado, exhibe su formidable debilidad y la naturaleza de su pacto de investidura, ajena a cualquier interés general y circunscrita al bochornoso cambalache entre un sillón y privilegios fraudulentos.

Y de otro, confirma la deriva antidemocrática de Sánchez, que pretende sustituir al Poder Legislativo por una pantomima de encuentros tras los cuales, decidirá unilateralmente cómo y cuánto elevar el gasto español en Defensa para cumplir con sus obligaciones ante Europa.

Merece mención especial el nuevo blanqueamiento de Bildu, heredero de Batasuna y liderado por un condenado por terrorismo, tratado de manera muy similar al PP, vencedor en las elecciones generales y máximo representante de la abrumadora mayoría de españoles opuesta a las componendas aritméticas de un PSOE perdedor y echado al monte.

Que una formación independentista, incapaz de condenar el terrorismo y opuesta a la misma idea constitucional de España sea socio e interlocutor preferente de Sánchez, intercambie gobiernos con él en Navarra y Pamplona, pacte leyes tendenciosas como la de Memoria Democrática o comercie investiduras y presupuestos, es humillante para la sociedad. Y define la altura moral de quien lo impulsa, aprovecha y paga.

Y resulta simplemente sangrante que, a esa vergüenza, se le añada la de simular que otros partidos de su corte, antisistema y radicales, puedan sentirse mínimamente concernidos por la seguridad y la defensa españolas, que ponen en entredicho tanto o más que supuestos enemigos externos.

La realidad es que Sánchez camufla con este trampantojo su debilidad, su insolvencia, su falta de apoyo y su incapacidad para gobernar el país, más allá de cuando se lo permiten sus aliados, siempre para extorsionarlo.

Y junto a esta certeza, se refuerza la deriva autoritaria de un dirigente que, cuando la democracia no encaja en sus necesidades, simplemente se la salta. En eso consiste obviar al Parlamento, negarle explicaciones a la ciudadanía, hurtar la posibilidad de firmar pactos de Estado y proceder de manera unilateral, con todo tipo de trampas y atajos, para llegar al destino sin atender los controles institucionales previos.

Sánchez no es nadie, con sus escasos diputados, para pisotear las reglas del juego y decidir el futuro de España, el destino de sus recursos o incluso su posición geopolítica, aquí descrita por un cúmulo de vaivenes que lo mismo le acerca a Ucrania que a China o le subordina a Marruecos que le enfrenta a Israel.

Nadie tiene obligación de respaldar a un presidente así, y el único Pacto de Estado presentable es que él incluya, a la vez, la postura de España en Europa y también consigo misma: no se le puede exigir al PP que extienda un cheque en blanco al alocado líder socialista y que, al día siguiente, diluya las fronteras legales, sentimentales, históricas y constitucionales de su propio país.

Si Sánchez no puede firmar ese pacto constitucional, porque sus interventores no le dejan, y no tiene fuerza para gobernar con ellos, lo que debe hacer es disolver las Cámaras, convocar elecciones y dejar de torturar a la sociedad española.