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En primera líneaJuan Van-Halen

La mala educación

La izquierda aseguró que los vociferantes en la fiesta Nacional eran extremistas de derecha. ¿Por qué no sus votantes engañados?

Actualizada 10:10

En la celebración de la Fiesta Nacional se produjo un hecho repetido pero que, por primera vez, recibió una apostilla gubernamental. Me refiero al abucheo a Sánchez cuando los ciudadanos escucharon su nombre por los altavoces. Hace tiempo que no puede acudir a actos en los que no se vea rodeado de partidarios sin recibir el sonoro descontento del pueblo soberano, lo que el desalojado Pablo Iglesias consideró «jarabe democrático». Hasta ahora Sánchez recibía este jarabe se diría que resignado, pero en esta ocasión movilizó el apoyo de Margarita Robles, una ministra que va perdiendo fuelle sobre todo tras la última remodelación gubernamental que no le afectó.

La ministra Robles se sintió obligada, la gratitud ante todo, a defender al jefe descalificando a quienes le abucheaban, le gritaban «¡fuera!», «¡okupa!», «¡dimisión!» o le silbaban. Esta vez las televisiones, incluidas la oficial y las sobrecogedoras, no apagaron el sonido de fondo; la sonora protesta llegó a los hogares. Sánchez está placeado y unió su llegada a la del Rey, sin cumplir apenas el protocolo de la espera, tratando de enmascarar sus abucheos con los vítores y aplausos al monarca. No lo consiguió. Y ocurrió lo mismo cuando Sánchez y el Rey abandonaron la Castellana tras el desfile.

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Lu Tolstova

Las televisiones engrasadas o afines incluyeron en sus informativos las declaraciones de la ministra Robles tildando de maleducados a los protestones. Cuando los de siempre insultan a Felipe VI y se mofan del himno nacional en una final de Copa del Rey si la juega el Barça, se trata de libertad de expresión, y si abuchean a Sánchez es mala educación. Recordé una sabia aseveración de Tirso de Molina que viene al caso: «Peca de grosero quien aguarda que le digan que se vaya». Según el inquieto dramaturgo y fraile, el maleducado sería Sánchez al permanecer contra viento y marea habiendo quebrado todos sus compromisos al pactar con quienes aseguró reiteradamente no hacerlo e incumpliendo una tras otra sus promesas desde la moción de censura que le llevó a la Moncloa utilizando como ariete la manipulación de una sentencia condenatoria que no existía como determinó un pronunciamiento judicial posterior.

La única muestra de mala educación, y ésta de calado institucional, que observé en el acto del Doce de Octubre se debió al propio Sánchez al negar el saludo a la presidenta de la Comunidad de Madrid y al alcalde de la capital. El pecado de Diaz Ayuso y de Martínez Almeida es que ganan elecciones al partido de Sánchez. Al negarles grosera y ostensiblemente el saludo Sánchez evidenció que sólo gobierna para los suyos y fuera de los suyos no reconoce representatividad alguna. Actuó de dictadorzuelo, prepotente, maleducado y vengativo. «L’état c’est moi» y los demás punto en boca. A Sánchez se le queda pequeño el Palacio de la Moncloa y no pocos arguyen que sus miras están puestas en el Palacio de Oriente que fue residencia, aunque no se recuerda, de Manuel Azaña. Otro egocéntrico pero con talento. Azaña como político resultó bizcochable y se equivocó.

La mala educación en la política ha crecido en los últimos años paralelamente a una dañina resurrección del enfrentamiento. España no está dividida por los territorios sino por el odio. La hostilidad en el seno de la sociedad es una realidad provocada y no precisamente por quienes señala cierta izquierda. Está a la vista. Además, la mala educación se manifiesta también en hechos que, a menudo, consideramos nimios. Por ejemplo, la falta de respeto a las Cortes Generales que representan la soberanía nacional cuando se ha hecho habitual que diputados y senadores –los podemitas y sus compadres– acudan con vestimentas inadecuadas, más propias de una excursión campestre que del ejercicio de legislar. Por respeto al Parlamento y a su historia no debería ser así. Y eso ocurre por la desidia de sus sucesivas presidencias.

La mala educación no se muestra, o no se muestra sólo, en abucheos. El primer compromiso de Sánchez –las protestas se dirigían a sus mentiras, a su gestión– debería ser considerar que es el presidente de todos y, por ejemplo, no negar el saludo a representantes institucionales porque no son de su cuerda y le ganan elecciones. La fijación de Sánchez con Madrid empieza a no ser materia de analistas políticos. Es una patología. .

Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando

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