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Ocurrencias frente a ideas

Menos mal que muchas de estas proposiciones de pata de banco se dan de bruces cada dos por tres con un ordenamiento cuyas reglas se diseñaron cuando estábamos sobrios y para aplicarse estando ebrios, como apuntó Hayek

Cualquiera puede hoy escribir un folleto, dirigir un partido o fundar una secta, diría Chesterton. Pero esa libertad, como en tiempos del genial londinense, no alcanza a quien solo aspira a tomarse una cerveza o apostar a un caballo. Y, ¿cuántas personas desean fundar sectas, escribir folletos o dirigir partidos? se seguiría preguntando el príncipe de las paradojas.

La enfermiza obsesión por reglamentar hasta lo más prosaico de la vida de las personas suele ser típico de los totalitarios. Woody Allen lo retrató con gracia en Bananas, al poner al sátrapa de San Marcos a exigir a sus súbditos que cambiasen de ropa interior cada hora y se la pusieran por fuera para que pudiera comprobarse su cumplimiento.

Hace cuarenta años, Alain Touraine vaticinó que los movimientos políticos tradicionales habían renunciado a ir en el sentido de la historia y de preparar un futuro colmado de felicidad. Dejaron de hablar de un mañana radiante, centrándose en plantear nada más que diferentes estilos de vida, acomodados a sus peculiares idiosincrasias. Cuatro décadas después, este pronóstico del pensador galo no solo se ha confirmado, sino que lo padecemos en las instituciones a través de constantes propuestas adjetivas que intentan llevarse a las leyes y escasa relación guardan con objetivos de prosperidad o avance. La manía por extender determinados ademanes y reprimir otros alimenta esta penosa estrategia, que persigue como siempre una uniformidad en la que todos vistamos de caqui, aunque nos guste el azul celeste.

Como si los grandes retos sociales o económicos fueran pan comido, las maneras contemporáneas de hacer política discurren a diario por esa gestualidad inane en la que la estética cobra tanto protagonismo, dejando inexplorados principios que debieran orientar a Gobiernos responsables, del signo que fuera. La ausencia de criterios ideológicos sólidos en las corrientes mayoritarias constituye un acelerante de esta coyuntura, sustituidos por simplezas que tanto encandilan a nuestras pasmadas sociedades.

Lu Tolstova

Dudo que detrás de estas maniobras se oculte algún neofabianismo que trate de imponer un credo determinado, entre otras razones porque los fabianos daban mil vueltas a estos oligarcas que se obstinan ahora en que dejemos de comer chuletón de la noche a la mañana o que acatemos sus restantes extravagancias. Estas supuestas reformas que no cesan de acaparar la atención no aspiran a cambiar nada por la lógica evolución de las cosas, sino de hacernos comulgar con estúpidas ruedas de molino, a pesar de que se disfracen de rutilante modernidad.

Menos mal que muchas de estas proposiciones de pata de banco se dan de bruces cada dos por tres con un ordenamiento cuyas reglas se diseñaron cuando estábamos sobrios y para aplicarse estando ebrios, como apuntó Hayek. De ahí el empeño de los liberticidas en acabar con ese sublime derecho equilibrador, afanándose por controlar a sus agentes o de convertirlo en mera herramienta de sus patológicos ensueños. Las decisiones constitucionales o jurisdiccionales que no dejan de anular estas sectarias o cretinas iniciativas son por eso un soplo de aire fresco para la democracia, que ha de defenderse de los que buscan sin desmayo su deterioro.

Existe un remedio infalible frente a esta cargante tendencia a la ocurrencia: profundizar en los idearios de los partidos, actualizándolos sin complejos y dirigiéndolos hacia una mejor satisfacción de las aspiraciones ciudadanas. Los desafíos que tenemos por delante no pueden ser a todas horas eclipsados por disparates ni claudicando a trágalas sobre modos de expresarnos o comportarnos que no tenemos deber alguno de observar. Necesitamos recuperar las esencias de aquellas doctrinas que han demostrado saber solventar los problemas sin generar otros y que continúan rehenes de muecas y aspavientos. Cuanto más tardemos en hacerlo, más afianzadas estarán las ideologías que tienen las ideas claras, pese a que hayan cosechado catastróficos resultados donde han tenido la desgracia de implementarse.

Las dictaduras no son solamente regímenes en los que no se puede votar. Son también sistemas en los que desde el poder se dificulta que vivas como piensas, obligándote a que lo hagas conforme a sus delirantes ventoleras.         

Javier Junceda es jurista y escritor