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Los señores del ruido

Si toda esta pretensión fue romper nuestra tradición como país y prohibirnos la libertad, sepan que tengo la impresión de que solo les queda el ruido

Decía Cicerón que nada es más vergonzoso que aprobar la mentira y tomarla por verdad. Y la verdad nos forma la dignidad humana. Y la dignidad es aquello que posee el ciudadano como emblema absoluto de su identidad como individuo.

Imagínense lo que le sucedió a este país, el día que un presidente del Gobierno de España pensó y decidió que le venía bien que hubiera ruido. Un ruido que ahora es el estruendo que la sociedad española padece desde que el Estado constitucional está en venta y, por lo tanto, el gurú supremo ofreció al mercadeo del mejor postor la dignidad de los ciudadanos.

Y aquí es donde esta «nave de los locos» arribó. Este Gobierno ha sacado a subasta todos los valores que nos han definido y conformado la prosperidad de nuestra tierra, la de todos, desde el linchamiento de la institución monárquica, de los poderes del Estado, del derecho a vivir y a saber morir, de la legitimidad a pensar en nuestras creencias, de la competencia de la propia creatividad… En definitiva, nos están reinventando al antojo de su demagogia que nos ofrecen en parrilla televisiva pensando que el ciudadano no merece lo más importante de su condición humana y social: la verdad.

La ingeniería social de la actualidad española, sin ser necesario que enumere cada capítulo de este deplorable manual, es la ingeniería de la vergüenza, por sus mentiras y descreimiento de la propia vulnerabilidad que tiene el ciudadano frente a sus mismos gobernantes, esos que pretenden igualarnos a todos, instruirnos más allá de los vivos censados, mostrarnos la historia desgranada de su contexto crítico en favor a sus ideologías, dejarnos sin libertades con sus decretazos de efecto –ahora muchos de ellos ilegales– e incluso pretenden dejarnos sin Dios, no vaya a ser que la reafirmación de la tradición cristiana les construya ciudadanos pensantes, dignos, entregados a sus ideas y, como bien sabemos, todo esto es un grave inconveniente electoral.

Existir en este cultivo sectario de la mentira es una ardua labor. Contribuir a la sal de la vitalidad del mismo caldo es una ignominia.

El presidente del Gobierno ha dicho que hay que modificar el modelo productivo para ganar y obtener, no sabe muy bien qué, una cosa que él denomina crecimiento, con la misma demagogia de aquellos que hubieran sembrado las plazas de acusados de «la casta».

Paula Andrade

Pero, yo pregunto: ¿modificar el modelo productivo cuando desde sus políticas internas está creando y dimensionando el sector público? ¡Ya ha empezado a modificar el modelo productivo! y la gran mayoría de españoles no se han enterado. Nos mienten.

El presidente y la vicepresidenta se ausentan del hemiciclo en uno de los debates parlamentarios más importantes del año político. Esta ausencia la escenifica el representante de los ciudadanos, el cual deja indefensos a una gran mayoría de españoles. Desde todo punto es una calumnia al sistema democrático. Solo le falta imitar a su alter ego Puigdemont y pedir la cabeza, no de Pascal, sino de Casado por su falta de entusiasmo hacia sus presupuestos. Pero lo más grave es que nuestro gobernante debería comprender que, respecto al cargo que ostenta, él no puede faltar al respeto y a la dignidad de sus deberes con los ciudadanos, ausentándose de sus compromisos.

Por otra parte, representantes del centro derecha se enzarzan en sus disputas de pupitre por ocupar la silla del poder, dejándonos probablemente, a merced de los lobos que esperan dibujados en la otra orilla.

Pobre Cicerón. Unos y otros, aún no han aprendido ese modelo kantiano por el cual el hombre no hace lo que quiere, sino lo que debe.

El presidente con su desplante a la ciudadanía nos confiere la razón cuando pensamos que este Gobierno llegó gracias a sus socios, con el afán de captar las áreas del poder de pensamiento de los más jóvenes, veneno inicuo sobre las ilusiones de los que han de retomar el relevo del país. ¿Cuántos seguirán esperando sus falsas promesas? ¿Se ha dado cuenta de cuales son realmente sus promesas?

También los señores del otro margen nos dejan huérfanos de la esperanza y temblorosos ante el fracaso que se produce tras la división. ¿Serán capaces de devolvernos la dignidad desde sus disputas de partido?

Si toda esta pretensión fue romper nuestra tradición como país y prohibirnos la libertad, sepan que tengo la impresión de que solo les queda el ruido. ¿No será que ya encargan su retrato para poder contemplarlo el día de mañana en el «salón del reino de los señores del ruido»? 

  • Pedro Fuentes es humanista