España en la encrucijada estratégica
La carencia de proyecto para obtener unas Fuerzas Armadas de acuerdo con nuestro riesgo geopolítico nos hace un aliado poco fiable y un adversario muy vulnerable
Hace poco, la vicepresidenta tercera del Gobierno se trasladó a Argel para negociar con el Gobierno argelino el abastecimiento de gas, cuando quedaban escasos días para el cierre del oleoducto que, a través de Marruecos, abastecía a España. Si nos preguntamos qué pinta la vicepresidenta en esta situación, seguro que una gran parte de la población diría que su actuación era oportuna y necesaria como encargada de la «transición ecológica». El desabastecimiento de gas no es un «problema ecológico», es consecuencia directa de la situación geopolítica y el interlocutor debería haber sido el factor diplomático, como agente de una, en este caso non nata Estrategia de Seguridad Nacional.
Mientras en los últimos años en el norte de África los problemas entre Argelia y Marruecos aumentaban, la situación del Sahara Occidental se agravaba, el Sahel y Libia son verdaderos polvorines, cuando Argelia y Marruecos ampliaban unilateralmente sus Zonas Económicas Exclusivas afectando directamente a la soberanía nacional española, cuando la ciudad de Ceuta sufrió una invasión de miles de civiles marroquíes, desde España no se reaccionaba, se hacían alusiones oficiales a «relaciones de amistad», concepto ajeno a las relaciones internacionales, para disimular la carencia de estrategia.
En plena era digital y en la situación de competición estratégica, España carece de protagonismo en el contexto internacional, algo que es refrendado por los hechos y cuya consecuencia primaria es la nula capacidad de influencia de nuestro país en los asuntos internacionales, incluso de los que la afectan directamente. En este orden de cosas se puede aventurar el diagnóstico de la patología nacional: obsolescencia política, que produce introversión estatal crónica y progresiva que debilita y fragmenta al Estado.
España no es consciente de cómo le afecta la situación geopolítica global y, por lo tanto, el problema se reduce a intentar paliar los efectos a medida que se producen. Se puso en evidencia durante la pandemia, al considerarse un problema sanitario, cuando, en realidad, era de seguridad nacional y tenía que ser tratado como tal. La estrategia no es un documento, es un compromiso del Gobierno con la ciudadanía y no puede haber compromiso sin acción enmarcada en objetivos, acción y recursos, o lo que es lo mismo: como se va a ejercer el poder soberano para alcanzar los intereses nacionales.
Es un hecho objetivo que España no es Suiza, tiene una situación geográfica que en gran parte define y compromete sus intereses nacionales. Es fácilmente constatable que en nuestra patria no se es consciente de ello, ni en la opinión pública ni en la actividad política, pero en el ámbito internacional es perfectamente conocida. Si tomamos como referencia el comienzo de la Transición, la defensa nunca ha sido prioritaria para los sucesivos Gobiernos lo que, junto con la fragilidad del Estado, la convierten en un actor vulnerable.
España no ha entrado de lleno en la era digital ni es consciente de las consecuencias de la influencia de la inteligencia artificial en el cambio de Orden Mundial, consecuentemente, la sociedad no está preparada para ello. A ello ha contribuido el retraso de Europa respecto a Estados Unidos y China. Este cambio implica servidumbres entre ellas, tomarse en serio de una vez el diseño de una política exterior y la potenciación de sus factores: diplomacia, economía, tecnología, información y defensa.
Como nación de condición marítima, necesitamos mantener nuestra economía al libre flujo de capital, datos, mercancías, innovación y conocimiento. Nuestro servicio diplomático, Fuerzas Armadas y agencias de inteligencia tendrán que someterse a continuos procesos de innovación, y en su caso disrupción, para proporcionar seguridad a la ciudadanía y apoyar a nuestros aliados y socios a nivel mundial. Es preciso que se potencie su agilidad, rapidez de acción e integración digital, con un mayor énfasis en la participación, la capacitación y la asistencia a los demás.
Uno de los exponentes más llamativos de este déficit de adecuación al futuro es la situación de las Fuerzas Armadas que, en los países importantes ejercen como elemento de poder, nicho tecnológico, impulsor de la industria nacional mediante la tecnología y aportadoras de altos dividendos de la inversión pública. El problema de nuestras Fuerzas Armadas no es el presupuesto, es el diseño de sus capacidades, de acuerdo a las amenazas más probables a los intereses nacionales. El presupuesto es la consecuencia de una decisión política. La carencia de proyecto para obtener unas Fuerzas Armadas de acuerdo con nuestro riesgo geopolítico nos hace un aliado poco fiable y un adversario muy vulnerable.
El autismo estratégico es incompatible con la gestión de los intereses presentes y de futuro.
- Fulgencio Coll es General del Ejército