Fundado en 1910

El disfraz de la igualdad

Ya decía Balzac que «la igualdad tal vez sea un derecho, pero no hay poder humano que alcance a convertirla en un hecho»

Suele ser característico de los gobiernos democráticos, construir sus programas incluyendo de manera obsesiva la panacea de la igualdad. Desde los partidos políticos se han fomentado ciudadanos de primera y de segunda.

En estos últimos tiempos, ya la primera anotación en el «registro de desigualdades» de los socios morados fue injusta y pachanguera. Es decir, en el fondo de la cuestión, «la casta» suena a definición determinista y en su forma, a burla de sainete para un espectador que tiene que observar cómo los denunciantes se convierten en denunciados. Lo único que anhelaron desde el principio fue hacerse un hueco a codazos dentro del territorio de eso que ellos llaman «la casta».

Pero esto fue el inicio. Después, con el paso de unos años de crisis económica y pandemia, han elaborado sus listas de ciudadanos con el disfraz de la igualdad. Fíjense... Se señala con intención electoral a nativos o emigrantes, católicos o ateos, LGTB o carcas, nacionalistas o constitucionalistas, vacunados y negacionistas, franquistas o demócratas, comunistas o neoliberales, abortistas o inquisidores, monárquicos o republicanos, el castellano u otra lengua, terroristas y víctimas, inquilinos ricos o pobres.

Lu Tolstova

Detrás de todas estas distinciones, acompañadas con discriminatorias ayudas del Estado en todas sus variantes, existe una enorme desigualdad camuflada con los emblemas del derecho a «ser todos iguales». Pero recuerden que solo la libertad desde el respeto a la libertad del otro nos hace iguales. Lo demás son chismes de una falacia democrática que nos conducirá a una «tiranía bananera».

Dio la impresión que en estos cuarenta años, este disfraz se nos ajustó mejor a nuestras propias carnes, quizás por ilusión ante la apertura democrática o porque los gobernantes del momento tuvieron más capacidad de diálogo a la hora de elaborar sus listas de ciudadanos, independientemente del color de su ideología.

Ahora no parece que nos dejen mucha elección porque desde los propios Ministerios se tiende a la distinción de unos y otros ciudadanos. Así cuanto más dispersos mejor, que funciona bien esto de «divide y vencerás», no vaya a ser que a los gobernantes les aparezca en el horizonte electoral una ciudadanía con igualdad de criterio ante la situación actual del país.

Este cuerpo político, generalizado en sus afanes de poder, utiliza el disfraz de la igualdad y nos destruye la esperanza de poder ser libres para elegir nuestra íntima manera de pensar. La legítima reclamación política de la igualdad viene de la mano de políticas sociales justas, del respeto por una ley para todos, de la cultura que necesitamos urgentemente para poder pensar y elaborar un juicio crítico. En ningún caso se construye desde esa demagógica imposibilidad de «todos somos iguales». No nacemos iguales. Quien diga lo contrario miente, porque solo somos iguales ante Dios. Ya decía Balzac que «la igualdad tal vez sea un derecho, pero no hay poder humano que alcance a convertirla en un hecho». Esos políticos que eliminan a Dios desde su propaganda falaz le arrebatan al hombre la única posibilidad de, al menos, pensar en la existencia de la igualdad.

  • Pedro Fuentes es humanista