La nueva anormalidad
La política atraviesa una nueva anormalidad nacida del afán ególatra de Sánchez cuyas preocupaciones y aspiraciones comienzan y concluyen en sí mismo
Cuando el bondadoso carpintero Geppetto creó a Pinocho, y aquella noche el hada le otorgó vida y nombre, todo en aquella historia parecía encajado. Más tarde, cuando al muchachito le dio por mentir desaforadamente, el hada le condenó a que le creciera la nariz cada vez que mintiera y desde entonces aquella marioneta se llama Sánchez. No debe descartarse que esta versión quede en la historia literaria con permiso de Carlo Collodi desde la tumba.
En mayo del año 2020 nuestro presidente compareció en rueda de prensa para valorar la situación del coronavirus en España y anunció que pediría una nueva prórroga del estado de alarma que duraría hasta el 21 de junio, día en el que comenzaría la «nueva normalidad». Esa situación se arboló legalmente en un Real Decreto de junio, en efecto tras concluir la alarma. Todos recordamos ese periodo esperanzador en el que se nos convocaba a recuperar con alegría el tiempo perdido como recordamos que una ministra, a cuento de las mascarillas suprimidas en la calle, se felicitaba porque ya recuperábamos la visión de la sonrisa.
Lo cierto es que nuestra realidad atraviesa una creciente «nueva anormalidad». Cada noticia de interés y repercusión en los ciudadanos es más anormal, más preocupante, más loca. Nos hemos llevado muchos chascos a lo largo de estos casi dos años y hemos sido víctimas de innumerables mentiras. Yolanda Díaz, entonces sólo ministra, hizo público hace unos meses que ya era consciente el 15 de febrero de 2020 de la gravedad de la pandemia y el 4 de marzo distribuyó en su Ministerio una guía sobre la amenaza sanitaria que, según ella misma, contó con las críticas del Gobierno del que, por cierto, ella formaba parte; cuatro días antes de las fatídicas marchas feministas del día 8 de marzo que dispararían los contagios.
En varios países de la UE sus Gobiernos o, en su caso, sus ministros de Sanidad tuvieron que responder de su gestión de la pandemia; en España, no. La Sala Segunda del Tribunal Supremo rechazó en diciembre de 2020 una treintena de denuncias y una veintena de querellas contra el Gobierno de Sánchez por sus acciones/inacciones relativas al coronavirus, tras la petición de la Fiscalía de que se archivaran todas ellas. Sin embargo, hubiese resultado normal y lógico investigar la veracidad o no de lo declarado nada menos que por la ministra y vicepresidenta segunda, de modo que se supiese si el Gobierno había ocultado información en un caso tan sensible, y por meros intereses partidistas.
Desde los estados de alarma no hemos ganado para sustos ni el Gobierno para papirotazos no sólo en la pandemia, también en la Justicia, en la economía y en la política.
Hace muchos años, ay, en mi lejana mocedad, subrayé una frase que Conan Doyle pone en boca de su criatura literaria Sherlock Holmes: «Uno comienza a alterar los hechos para encajarlos en las teorías, en lugar de encajar las teorías en los hechos». Eso le ha ocurrido a Sánchez con la reforma laboral, en este caso desde el protagonismo concedido a su voluntariosa vicepresidenta Díaz; la UE no quería el derribo de la reforma anterior, tan eficaz, también en la última crisis, y lo vendan como lo vendan, Pedro y Yolanda, Yolanda y Pedro, se han quedado en el maquillaje. Los sindicatos mayoritarios, tan contentos y sumisos, con inyecciones de dineros en el BOE un día sí y otro también, ya se moverán cuando se lo pidan. Ya dijo la vicepresidenta Díaz, en amenaza a la que no hubiese hecho ascos La Pasionaria, que la oposición nunca ganaría unas elecciones y si lo lograba se incendiaría la calle. Muy democrático; nostalgias de la Komintern.
En el terreno económico el Gobierno vive la anormalidad en sus previsiones de unos Presupuestos del Estado que son el cuento de la lechera, a los que, sobre el supuesto crecimiento económico, le han sacado los colores el FMI, la OCDE, la UE, el panel de Funcas, el Banco de España y más. En el ámbito de la Justicia, el Ejecutivo no paga, hasta ahora al menos, el ridículo y las consecuencias que supondrían para cualquier Gobierno democrático las tres sentencias del Tribunal Constitucional sobre la ilegalidad de los dos estados de alarma y la mordaza a las Cortes Generales porque aquí el presidente, la presidenta del Congreso y los ministros no dimiten hagan los desaguisados que les plazcan. Actúan desde sus teorías y les responden los hechos.
La política atraviesa una nueva anormalidad nacida del afán ególatra de Sánchez cuyas preocupaciones y aspiraciones comienzan y concluyen en sí mismo. Buscó apoyos en donde ningún político responsable lo hubiera hecho: en los enemigos de España, en los que no ocultan sus objetivos. Blanqueó exigencias presupuestarias de Sortu, herederos del terrorismo, a través de enmiendas de otros radicales, y la respuesta de Otegui –al que Zapatero reconoció como «hombre de paz» y Sánchez distinguió como socio prioritario del Gobierno– ha sido incluir al último jefe de ETA, David Pla, y a otra antigua dirigente de la banda terrorista, Elena Beloki, en la cúpula dirigente de Sortu. Los ingenuos piensan que esta nueva humillación torcerá los planes pactados en Ferraz de sustituir al PNV por Sortu en el Gobierno Vasco, pero no lo creo. Sánchez no se inquieta por esas minucias. Lo que no sabremos acaso nunca es, si eso sucede, lo que lamentará el PNV haber traicionado los compromisos previos con el PP cuando se votó la moción de censura contra Rajoy. Un golpe parlamentario de libro, incluida la manipulación de una sentencia judicial para justificarla.
No creo que nadie en el Gobierno recuerde la célebre afirmación de Einstein: «No podemos resolver problemas de la misma manera que cuando los creamos».
- Juan Van-Halen es escritor y académico correspondiente de la Historia y de Bellas Artes de San Fernando