Fundado en 1910

García Lorca, Pemán y Preston

Preston prescinde, cuando conviene, de la mínima objetividad en la narración de los hechos. Practica el procedimiento homeopático elevado a la máxima radicalidad: ante al sectarismo de derecha –que lo hay–, sectarismo de izquierda; frente a la parcialidad a favor de la derecha, parcialidad a favor de la izquierda

Cualquier tema que se refiera a la Segunda República o a nuestra Guerra Civil, hace años que pasa de manera preferente por las manos de algún historiador anglosajón. No sé bien por qué se les atribuye el título de hispanistas. Paul Preston es uno de ellos. No conozco su trabajo como experto en lengua y cultura española, que es la función que corresponde a la honorable titulación de hispanista; como historiador, propiamente dicho, Paul Preston es, con frecuencia, un fraude.

Hace tiempo que decidió asumir, sin el menor rebozo, la causa republicana y el antifranquismo militante; se ha convertido en una especie de historiador de cámara de la izquierda progresista y en un juglar de sus hazañas. Prescinde, cuando conviene, de la mínima objetividad en la narración de los hechos. Practica el procedimiento homeopático elevado a la máxima radicalidad: ante al sectarismo de derecha –que lo hay–, sectarismo de izquierda; frente a la parcialidad a favor de la derecha, parcialidad a favor de la izquierda. Preston se excede, y mucho, en la aplicación de la receta homeopática.

Cumple su trabajo a favor de la progresía izquierdista con la dedicación y el fervor de un copista monástico medieval. De tiempo en tiempo da a la luz una nueva entrega de su interminable crónica de la Segunda República y de la Guerra Civil; suelen ser refritos y material sobrante de sus libros anteriores. Se ha granjeado un creciente desprestigio entre sus colegas: Pío Moa ha puesto de manifiesto la «creatividad» de sus citas; Centeno es más radical en su enjuiciamiento y le llama, directamente, «demagogo propagandista que se denomina a sí mismo historiador, cuando no es más que un manipulador que utiliza los hechos a su antojo y realiza afirmaciones sin prueba alguna que las sustente». Centeno tiene también inclinaciones homeopáticas, no en la narración de los hechos, que prueba siempre con rigor, pero sí en lo que se refiere a la intensidad de sus juicios.

La decreciente credibilidad de Preston en el mundo académico tiene sus compensaciones y la izquierda le honra con las máximas distinciones: Felipe González le concedió la Encomienda de la Orden del Mérito Civil; Zapatero la Gran Cruz de Isabel la Católica. No son solo compensaciones honoríficas: también es contratado como experto para conferencias y asesoramiento histórico. Ignoro si ha prestado sus servicios a los Ayuntamientos de Cádiz y de Jerez en el tema de la Memoria Histórica; desde luego formó parte del equipo que asesoró al diputado maltés señor Brincat en su tarea de relator ante la Asamblea de Parlamentarios del Consejo de Europa. Fue una operación de Zapatero para lograr un aval internacional a su Memoria Histórica. Resultó un fracaso absoluto, a pesar de los esfuerzos del «halcón» socialista maltés y de su asesor Preston. Esas cosas no turban en absoluto al hispanista.

Lu Tolstova

Preston acaba de publicar un nuevo libro en su larga serie. Cada nuevo libro de Preston es como una coda del anterior; no añade nada nuevo: es siempre la misma pieza, pero más cargada de bombo, como hacen las bandas en las fiestas de los pueblos a medida que el baile en la plaza va perdiendo entusiasmo. Le dedica nada menos que un capítulo entero a Pemán, «el poeta», y le incluye en su nómina de «artífices del odio» y «arquitectos del terror» franquista. Con su estilo inimitable, utiliza una combinación de medias verdades, de citas manipuladas, de sugerencias insidiosas y de juicios de intenciones. Emplea una mezcla de método Ollendorf y de retórica de camelista de la calle de la Sierpe. El camelo es un arte, que alcanzó su máxima expresión en los parlamentos del inolvidable Antonio Ozores, mucho mejores que en los de Cantinflas, (en mi opinión, por supuesto). Paul Preston los deja pequeños a ambos: sus acusaciones son como una tela de araña pegajosa donde las escasas verdades se envuelven en falsedades para desvirtuarlas; es algo así como presentar unos deliciosos bombones envueltos en un grasiento papel de estraza.

Abusa de las referencias personales –esas personal remarks tan deploradas en su país– para suplir la ausencia de otros argumentos. El complemento inevitable de las observaciones personales son los juicios de intenciones, sin otro apoyo que el prejuicio y la antipatía del historiador. Preston maneja de manera muy especial las citas. Rara vez dicen los textos citados lo que se supone que deben decir. Es imposible en el espacio de un artículo enumerar las citas indebidas. Me refiero a una de ellas.

Una de sus insidias es sugerir, a través de un supuesto testimonio de Rivas Cherif, que le dijo a no se quién, que, a su vez, se lo contó a otro no se quién, que la rivalidad literaria pudo tener relación con la muerte del granadino. Y deja caer, sin aportar una sola prueba, una supuesta rivalidad de Pemán con Lorca. Yo voy a ayudarle y le ofrezco una, incontestable:

En un artículo de 1948 en ABC, recuerda Pemán cuando conoció a Lorca en casa del cónsul de Uruguay en Cádiz. Fueron a cenar a un restaurante vasco en el que Pemán había escrito, en la pared, unos versos sobre la unidad nacional, fundamentada en el buen entendimiento del gazpacho y el bacalao al pil pil. García Lorca escribió debajo estos otros versos:

«Un vasito de aguardiente,

un papelón de pescao,

un palillito de dientes

¡y adiós pil pil, bacalao!

¡y adiós, Divino Impaciente!»

¡Por fin hay una prueba de la mortal rivalidad literaria que mantenían Pemán y García Lorca! Espero el agradecimiento de Preston.

  • Daniel García-Pita es miembro correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación